sábado, 28 de junio de 2014

Razones para no tener hijos

- Lloran y molestan. Mucho.
- Comen y defecan. Mucho.
- Salen muy caros. Mucho, mucho.
- Son débiles, vulnerables, tienen enfermedades propias, tardan años en aprender a comunicarse y entender el mundo que les rodea… tanto es así, que tienen médicos específicos: pediatras.
- No conozco ningún otro ser vivo en la naturaleza que tarde más tiempo en independizarse de sus progenitores.
- Su cerebro se desarrolla constantemente durante sus primeros 20 años de vida. Tarda más que el resto del cuerpo.
- La sociedad actual les provee de tanta información durante sus primeros años que se saturan y no saben lo que quieren y les provoca desequilibrios mentales propios de edades adultas: depresión, falta de autoestima, irritabilidad constante,…
- Sus progenitores los sobreprotegen de lo que les rodea (consecuencia del punto anterior) y los sobrealimentan por lo que se producen desequilibrios físicos que afectarán al resto de su vida: obesidad infantil, anorexia adolescente, bulimia, operaciones estéticas,…
- El consumo indiscriminado (abuso) de alcohol y drogas se produce cada vez a más temprana edad, con las consiguientes consecuencias físicas y mentales.
- En los países tercermundistas la explotación infantil es habitual; para trabajar, para prostitución, para vender,…
- Las nuevas generaciones cada vez tardan más en aprender y sus capacidades de razonamiento decrecen con respecto a sus progenitores y antepasados, a pesar de la facilidad de aprendizaje que ofrecen hoy en día las nuevas tecnologías.
- Y todo lo anterior naciendo sanos y en una familia estructurada con posibilidades económicas. Como nazcan con alguna tara física o mental o en familias desequilibradas, todo (todo lo malo) se multiplica exponencialmente…
- A pesar de todo esto la población mundial sigue teniendo hijos en progresión geométrica y, teniendo en cuenta que los recursos naturales son cada vez más limitados (agua potable y alimentos), las generaciones venideras soportarán una vida más dura y segregada que las generaciones anteriores, con lo que su vida será más difícil y problemática.

¿Todavía quieres tener hijos?

martes, 24 de junio de 2014

Filosofando II: La Envidia

-Papá, siento envidia.
Mi hijo me desconcierta a veces y otras me exaspera. Desde su enclaustramiento en la habitación de este hospital, lo único que hace es mirar por la ventana y pensar. Menos mal que su mente está sana, no como su cuerpo.
-Dime hijo, ¿por qué dices eso? –le pregunto mecánicamente, ya que sé, quiera o no, que acabará por contármelo.
-Pues eso, que siento envidia, ese sentimiento superior del ser humano, el ser supuestamente superior de la naturaleza –dice sin dejar de mirar por la ventana.
-A ver, la envidia también se da en el reino animal, los animales también pueden sentir envidia de sus semejantes –le contesto después de analizar su disertación.
-“No es eso, papá, mi envidia es de otro tipo. La mañana es clara y desde aquí veo el jardín. La luz baña el paisaje, no hay sombras que difuminen los colores que permanecen puros, el sol da la vida y nuestro destino es mantenerla y compartirla. La hierba salvaje se alza danzando, es suave al tacto, así la recuerdo, no se queja, no padece, no llora, no ríe, no hace daño. Simplemente vive. Tratar de ser hierba es un pensamiento superior pero la claridad con la que vive sus días produce envidia, un sentimiento superior. Sentir, padecer, gozar, llorar, reír, hacer daño… son sentimientos superiores, nuestros, pero deberíamos envidiar la simplicidad de no tenerlos, ni siquiera los buenos. Nuestra vida debería ser simple y pura, como la de la hierba que pisamos y doblamos y quebramos pero, aún así, ella nos devuelve solo caricias, solo amor. Sin necesidad de sentir, vive y muere, crece y se desvanece, florece y se apaga,  solo a merced del viento y la lluvia, el calor y el frío.
El árbol que da frutos se parece a la hierba que lo rodea. No siente, no padece. Da frutos y espera los ciclos vitales de la vida. Las ardillas le hacen cosquillas pero no ríe, el sol quema sus hojas pero no llora. Doblado o lacerado no se queja. Su vida, larga o corta, a la sombra o al sol, es como la de la hierba que ve, estática y a merced de los elementos. Y cuando muere lo hace en silencio. O eso aparenta. Pero los gritos apagados de la hierba y del árbol son profundos, inaudibles pero continuos. Hablan y gritan, pero no los oímos. Nos transmiten sus sentimientos de la única forma que saben hacerlo: la hierba nos acaricia, el árbol nos da sombra y jugosos frutos y aún así ignoramos sus vidas salvo para nuestro propio beneficio. El campo merece ser escuchado, envidio su forma de existir, sencilla, sin complejos, sin frustraciones y sin maldad, ¿entiendes mi envidia? No envidio las posesiones de los demás o sus éxitos, ese es un sentimiento sucio y mezquino, propio de seres sucios, mezquinos y frustrados, seres superiores que son capaces de dañar a sus semejantes y a su entorno de forma voluntaria, envidio la sencillez de la vida de las plantas porque no tienen preocupaciones y viven solo como así se les ha indicado genéticamente. La envidia no es sana, eso es una expresión sin sentido pero envidiar algo sencillo como propio es más leve que envidiar situaciones, posesiones o logros de los seres semejantes en igualdad de condiciones ante la vida, por eso mi sentimiento ante el árbol, ante la hierba, es puro y sin maldad porque, en el fondo, sé que es una utopía, nunca podrá lograrlo un ser supuestamente superior en la escala de la Naturaleza y, en lo más profundo de mí, me alegra que así sea, me alegra que existan trazos de la vida imposibles de alcanzar para el ser humano, así permanecerán más puros.”

El silencio se adueña de la habitación haciendo que sus reflexiones sean más acertadas y profundas. Realmente estoy de acuerdo con mi hijo y lo miro y observo desde mi sillón, por el filo de la ventana, la copa de un árbol, el árbol del jardín que ve mi hijo. Imagino su vida y casi siento que me está hablando, contándome sus anécdotas y sus inquietudes. Lo siento muy cercano y comparo mi vida con la suya y aparece en mí un atisbo de envidia tal y como reflexionaba mi hijo. Entonces llaman a la puerta y entra la enfermera, la cena ya está aquí.

jueves, 19 de junio de 2014

Borges y la ecuación de Schrödinger

   Siempre vuelvo a Borges. Me veo envuelto en ciclos de lecturas que siempre acaban (o empiezan, según se miren) en Borges, sobre todo en los relatos cortos contenidos en El Aleph y en Ficciones, cada uno con una gran historia, un riquísimo vocabulario y bien surtidos de referencias literarias y científicas. Es bien sabido que a Borges le encantaban las matemáticas y la ciencia, en general. Ahí está el majestuoso relato de El Aleph con el tremebundo título “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto” donde se narra la resolución de un crimen por un matemático o “El Aleph” (letra hebrea que simboliza la cardinalidad, todo un mundo de infinitud) con gran profundidad estructural. Me llegan justo al alma. No hay que olvidar los “el inmortal”, “la espera”, “Emma Zunz”, “las ruinas circulares” y muchos etcéteras.
   Pero, en uno de esos ciclos de los que hablaba, me encuentro leyendo un magistral cuento titulado “el jardín de los senderos que se bifurcan” y, caigo en la cuenta en un momento dado, de que lo que trata de explicar el Maestro es la ecuación de Schrödinger (en castellano se escribiría mejor Schroedinger y si se ve escrito de cualquier otra forma que no sean las anteriores está mal) que revolucionó la física moderna. Tanto es así, que a esta ecuación se debe la famosa frase de Albert Einstein “Dios no juega a los dados”. La ecuación sirvió de base para lo que se conoce como física cuántica, de la que no voy a hablar. Aunque no es específicamente mi campo, trataré de explicar esta ecuación de la forma más llana posible.
   Es curioso lo vanguardista que era Borges en temas científicos ya que dicha fórmula salió a la luz a mediados de los años 20 del pasado siglo y el relato nombrado anteriormente data de los años 40, así pues, Borges estaba muy bien informado de esos temas a pesar de que no era científico.
   Técnicamente, dicha ecuación es una ecuación en derivadas parciales. No me voy a meter en berenjenales pero se admite la existencia y la unicidad de la solución, es decir, se puede resolver (hay ecuaciones en que no se da este caso) y la solución es única (resultados deducibles del teorema de Cauchy y el teorema de Picard). El problema suele ser que, la mayoría de las veces, dicha solución analítica no es factible de encontrar por lo que se recurre a aproximar dicha solución (teoría de aproximación y métodos numéricos. El que escribe daba clase de estas cosas raras).
   La ecuación, tal cual, contiene la variable compleja y cosas muy raras, la verdad, entre ellas una función de probabilidad, de ahí la frase de Einstein “Dios no juega a los dados”, ya que la probabilidad es una forma de azar (que se resume en un juego de dados o un juego de cartas) y se supone que la ciencia es exacta.
   Y aquí viene la interpretación de la ecuación y de la mecánica cuántica en general (la idea básica es la elección, lo que se llama Axiom Choice, axioma de elección): supongamos que estamos viendo en la televisión un partido de fútbol (en realidad, cualquier cosa es válida). En la imagen no siempre se ve todo el campo ni a todos los jugadores a la vez. Cuando la cámara se centra en una jugada donde un jugador corre por la banda a punto de centrar, por ejemplo, con la ecuación de Schrödinger podemos afirmar, taxativamente, que el resto de jugadores que no aparecen en la imagen no existen salvo cuando la cámara los enfoca a ellos. Es más, puedo afirmar que no tengo la exactitud de estar viendo un partido de fútbol en la televisión (o cualquier otro programa). Es más, puedo afirmar que la televisión no es una televisión aunque no puedo decir lo que es. Es más, con la ecuación en la mano, puedo afirmar que lo que me rodea, incluso cuando estoy escribiendo esto, no es lo que es sino que mi cerebro crea imágenes delante de mí que ni siquiera sé si son reales. ¿Cómo te has quedado?
   Esto mismo se concentra en lo que se conoce como “el gato de Schrödinger” que se resume muy fácilmente: supongamos que tenemos un gato metido en una caja donde hay un recipiente con veneno y otro recipiente radiactivo con una probabilidad del 50% de desintegrarse en un tiempo predefinido. Si un contador Geiger (sirve para medir la radiactividad, todos deberíamos tener uno en casa) detecta radiactividad entonces el veneno se esparce y mata al gato. Pero, teniendo en cuenta la mecánica cuántica y, por ende, la ecuación de Schrödinger, pasado el tiempo preestablecido podemos afirmar que el gato está vivo y muerto a la vez (porque tienen la misma probabilidad, el 50%). La idea de la elección resulta en que si elegimos abrir la caja entonces sabremos si el gato está vivo o muerto pero si elegimos no abrir la caja el gato estará vivo y muerto simultáneamente. ¿Se entiende?

   Vuelvo pues a mi Borges querido. Espero que se haya entendido la forma en la que he explicado esta ecuación tan curiosa. No creo que haya por ahí una explicación más básica, ¡ni siquiera en wikipedia! aunque sí mucha información técnica que, sin una base adecuada, resulta aburrida y casi pedante. Este tipo de cosas siembran más dudas sobre la existencia del hombre e incluso sobre la propia existencia del universo que habitamos pero crean certezas sobre lo insignificantes que somos en la vasta inmensidad…

domingo, 1 de junio de 2014

Si pudiera...

Si pudiera…
… volver atrás a mis años de estudio, intentaría por todos los medios ingresar en el MIT (Massachusetts Institute of Technology – instituto tecnológico de Massachusetts) para aprender a descifrar el mundo y contribuir a mejorarlo.
… viajar en el tiempo, me hubiera gustado conocer en persona a Jesús de Nazaret como figura histórica.
… viajar en el tiempo, hubiera hecho todo lo posible por ser alumno de Platón.
… viajar en el tiempo, escucharía a Mozart de niño tocar el piano.
… viajaría junto al Voyager 1, el artefacto fabricado por el hombre más lejano que existe, fuera ya del Sistema Solar, y conocería mundos y estrellas durante el resto de la eternidad.
… reencarnarme, querría ser un insecto volador.
... entraría en la biblioteca vaticana para ver sus archivos secretos y recorrer sus pasillos tomando en las manos los libros prohibidos, un mundo de conocimiento oculto y misterioso.
… descifraría el manuscrito Voynich para contar qué maravillas esconde.
… tener contacto con extraterrestres más desarrollados que los humanos, querría irme con ellos.
… ir al cielo, comprobaría que está vacío.
… ir al infierno, inspiraría a Dante.
… ser inmortal, no querría serlo.
… tenerlo todo, probablemente no tendría nada.
… jugaría al ajedrez con Dios.

… intentaría ser más feliz.