¿De cuántos números se compone una persona físicamente? Tantos
litros de sangre, tantos órganos, tantas neuronas, tantas células,… El hombre,
como ser vivo, está formado, básicamente, por números que se interrelacionan entre
sí en un equilibrio, salvo ciertos márgenes de error, que dan lugar a las
irregularidades y las enfermedades propias de cada especie animal o vegetal.
Los procesos químicos que tienen lugar para la creación de la vida como seres
vivos, se rigen estrictamente por números no aleatorios aunque tampoco constantes,
es decir, la vida se basa en números, probabilidades y procesos químicos.
Pero no voy a tratar esos aspectos biológicos, ya que me
interesan más los aspectos espirituales de los números en los seres vivos, si se puede decir así y,
más concretamente, en la relación del hombre, los números y el sistema social
actual en el que vive.
El hombre se establece en la sociedad, incluso antes de su
nacimiento, por ciertos números que llevará asociados durante toda su vida,
números que lo identifican inequívocamente para bien o para mal. El sistema
social actual no se compone de personas relacionadas entre sí en complejas
sociedades, no, el sistema social son números que neutralizan a las personas de
una forma abrumadora y casi maquiavélica. La capacidad del ser humano para
poder decidir dentro de ese sistema si desea establecer otro tipo de relación
con él es nula. El hombre se identifica ante el sistema y, lo que es peor, ante
otros seres de su misma especie, a través de números. Somos simples números,
biológicamente y socialmente (ya comenté, en algún momento, la relación del llamado número áureo con la belleza, cuestión nada baladí en los tiempos que corren).
Intentar cambiar esos números propios supone la salida del
sistema de la persona y este hecho no lo permite el propio sistema: no es
posible no tener una identificación, como no lo es no tener un número de
registro de nacimiento donde consta una fecha de nacimiento con su número de
orden del hospital correspondiente y, en la sociedad de la comunicación actual,
no tener un número de cuenta en un banco supone no poder optar a un trabajo legalmente, tarjeta
de crédito, números de teléfono, claves, la casa en la que uno vive en un
número de una calle, matrícula del coche o moto, tarjeta de puntos del
supermercado,…
Cualquier persona puede cambiar alguno de esos números
propios y únicos o incluso puede deshacerse de otros tantos pero el sistema se encarga
de que la persona no pueda deshacerse o cambiar los números identificativos. No
basta con el nombre propio como identificador de una persona dentro de los sistemas sociales, a ese nombre propio se le añaden números y más números y, aún así, a
veces se producen errores y algunos tienen consecuencias graves.
En el caso concreto que sucede cuando una persona muere, los que quedan tardan mucho tiempo
y doloroso esfuerzo en eliminar sus números identificativos, así como sus cuentas
bancarias, números telefónicos, etc… El propio sistema social no permite que
ese fallecimiento sea lo más leve posible para los que quedan. Esos que
permanecen han de realizar el duro trabajo que supone deshacer o eliminar los
números que equivalen a la persona fallecida. Y se tarda tiempo, no es
inmediato.
Por tanto, el sistema social se compone de números y no de
personas. Cualquier acción de una persona dentro del sistema involucra a sus
números y solo a ellos sin que el sistema haga ningún esfuerzo por esa persona
y, por tanto, el sistema no realiza ningún esfuerzo por las personas que lo
componen. Esta es una más de las realidades ocultas que cimentan a la sociedad.
En consecuencia, no existe el hombre anumérico ni ha
existido jamás como ser que puede vivir sin los números y sin identificarse mediante
ellos, ni siquiera en los albores de las civilizaciones y sin tener conocimiento abstracto de la definición de número. En esos pretéritos
tiempos, el hombre se identificaba inequívocamente como perteneciente a alguna
tribu, aldea, clan o familia concretas con un número limitado y siempre sabido de congéneres y no
existían seres humanos aislados, únicos, libres y anuméricos, porque no
hubieran podido sobrevivir hasta nuestros días.
Por todo ello, el hombre es un ser social, es decir,
numérico, pero lo es porque está obligado por la propia sociedad, por el sistema, así el hombre actual
está enjaulado con barrotes formados por números en jaulas individuales y no
visibles.
Este es otro tipo de alienación y sometimiento que “ofrece” el
sistema social a toda persona inmersa en él..