jueves, 31 de julio de 2014

El Frío no Existe

   Estoy en condiciones de afirmar que el infinito no existe. Mi licencia me permite ser así de tajante. Esa que se encuentra enmarcada en algún rincón de algún armario de mi casa. Por consiguiente, estoy en condiciones de afirmar que el frío no existe porque, en cuanto a definiciones, infinito es idéntico a frío así como finito es idéntico a calor. Es lo que matemáticamente se llaman conceptos isomorfos, aquellos que son matemáticamente iguales.
   Hay que considerar que nuestro lenguaje (no me refiero al idioma, sino al lenguaje con el que se definen conceptos para diferenciar entes entre sí) se estructura definiendo conceptos sustantivos de tres formas diferentes:
- Una forma sería de manera directa sin involucrar conceptos sinónimos de lo que se quiere definir.
- Otra forma sería definir lo definido utilizando en la definición sinónimos del concepto que se quiere definir, lo cual no define con exactitud el concepto sustantivo porque lo utiliza en la definición como un sinónimo suyo (un conjunto es una agrupación de cosas… agrupación es un sinónimo de conjunto).
- Una tercera forma de definir un concepto es definirlo contradiciendo el concepto antagónico, es decir, la negación de un concepto sustantivo que se puede definir de manera directa.
   La definición del concepto infinito se engloba en este último tipo de reglas. Infinito se define como aquello que no es finito. De igual manera, el concepto de frío se define como todo aquello que no da o expulsa calor. No son definiciones puras, directas, por lo que matemáticamente no son válidas. El infinito no existe, en la naturaleza física en la que se encuadra el universo no se ha demostrado que exista algo que sea infinito, es un invento de los matemáticos para sentirse mejor consigo mismos. Sin entrar en apabullantes tecnicismos, simplemente decir que el infinito es una consecuencia del discutido Axioma de Elección (Axiom of Choice) de la Axiomática de Zermelo-Fraenkel en la que está definida toda la matemática, la lógica y la física por las que se rige nuestro universo.
  Algo más complicado de entender, porque lo podemos palpar, es la no aceptación de la existencia del frío como concepto. Todo lo que nos gobierna a nivel físico son procesos exotérmicos, es decir, expulsar calor para producir energía. Esto es una consecuencia de las leyes de la termodinámica: todo sistema por encima del cero absoluto (-273.15 K) emite calor. Hay que tener en cuenta que el cero absoluto nunca se ha alcanzado empíricamente, solo ha sido postulado teóricamente y, como dato curioso, señalar que sí existe un límite inferior para la temperatura del universo (el cero absoluto, absolutamente nada puede bajar de esa temperatura) pero no existe una cota superior. Evidentemente, los aires acondicionados y las cámaras frigoríficas producen frío a costa de motores exotérmicos de combustión interna. Sin esos motores no enfrían. En los polos de la Tierra se producen temperaturas tan bajas por la estructura de geoide del planeta y la “cantidad” de sol que les llega, no porque `algo´ produzca frío.

Por tanto, el frío como tal no existe, habría que hablar más bien de ausencia de calor, ¡no os dejéis manipular!

viernes, 11 de julio de 2014

John Ferrier

   Deberíamos fijarnos más en este tipo de personas pues su historia es la de un luchador como pocos. John Ferrier fue un tipo duro, de los que ya no quedan. Duro en el sentido de que aguantó viento y marea y supo aprovechar la oportunidad cuando se le presentó pero sin contradecir sus férreos principios morales. Fue el último de su especie en la insana aventura del oeste americano que casi le cuesta la vida. Pero sobrevivió y se convirtió en poco tiempo en un adinerado granjero, dueño de grandes extensiones de terreno fértil. Este cambio tan radical se produjo con una sola condición que cumplió fielmente. De haber seguido su destino llamado por la “fiebre del oro”, quién sabe cuál hubiera sido su final. Sin embargo, intuyó que echar raíces le favorecería como así fue aunque por poco tiempo.
   Trató con gente ruda y desconfiada pero su carisma y rectitud le llevaron al éxito personal. Quisieron obligarle a hacer algo en contra de su voluntad y no lo consiguieron. Su capacidad resolutiva contra una violenta comunidad que le amenazó con la muerte, resultó decisiva pero una mísera bala en inferioridad de condiciones acabó con su excitante vida. Los buenos siempre pierden…

Nota: John Ferrier es un personaje ficticio que aparece en “La Llanura de Álcali”, en la segunda parte de “Estudio en Escarlata” de sir Arthur Conan Doyle.

jueves, 3 de julio de 2014

Trabajar (o no)

Aviso: lo que sigue puede herir sensibilidades aunque, ¿a quién le importa?
   Cuando el vulgo, el populacho, las llamadas clases medias, el motor de un país, es decir, la mayoría, vocifera frases como “¡queremos trabajar!”, “¡más trabajo!”, “¡empleo pata todos!”, “¡estamos en paro, no tenemos dinero!”, y otras lindezas parecidas, todas ellas respaldadas por unas organizaciones pseudo-comunistas llamadas sindicatos, con el beneplácito de los políticos de izquierdas de cara a la galería pero capitalistas y trasnochados en la realidad, lo que realmente expresan sin saberlo (el populacho es manipulable y cuando la mayoría es manipulable, quienes la manipulan tienen el poder) es esclavitud (no exagero, se llama esclavitud moderna, sin cadenas en los pies ni tez tirando a negra pero, al fin y al cabo, esclavitud), salarios en decadencia, sin garantías de futuro,… y todo ello prisioneros con hipotecas con varias décadas de carga. Maldito vulgo, maldito populacho.
   Trabajar significa realizar una labor con unas condiciones a cambio de unos emolumentos económicos o de otra índole. Qué bonito. Pero, ¿a qué costa?, ¿qué da un trabajador para recibir qué? Parecen unas preguntas triviales; tan triviales que el populacho no se las plantea por dos razones: la primera es porque no tiene iniciativa para plantearse cuestiones metafísicas y la segunda es porque se le ha dotado de la terrible capacidad de no tener tiempo para ello. Su vida está tan estructurada y encasillada que, generalmente, vive para trabajar.
   Yo no quiero trabajar. No quiero estar atado a un horario, a mirar constantemente la cuenta del banco (algún día hablaré del podrido sistema bancario y de lo que significa realmente el concepto dinero), no quiero no darme cuenta de que pasan los días y los meses e incluso los años. Tener que trabajar, para otros, atado a un sistema quebradizo y abominable se puede comparar a una cadena perpetua. En reclusión forzosa todo está perfectamente estructurado con horarios, quehaceres, descanso y relaciones sociales (en el patio, en las duchas…). Todo es rutina.
  La capacidad del sistema social actual para crear clones a partir de estudiantes universitarios es maquiavélica: la mayoría, al acabar la universidad, trata de encontrar desesperadamente un trabajo (el que sea, ojo) para poder comprar una casa y formar una familia. Y todo ello se supone que es para “crecer como persona y evolucionar”. Opino que en vez de evolución se debería llamar involución. La conclusión es sencilla: todos al matadero. Los datos del Inem y la Epa no reflejan las calidades de los parados y los trabajadores, reflejan simples números. Hoy en día, una sociedad evolucionada posee un altísimo porcentaje de personas paradas pero con estudios de grado superior.
   Me niego a ser uno de esos, me niego a crecer como persona y evolucionar como quieren los demás, me niego a pertenecer al vulgo.

   Cuando en la puerta de Auschwitz se leía “el trabajo dignifica” pocos creían que era la máxima expresión de la ironía hecha carne y huesos salvo esos seres humanos convertidos en carne y huesos. ¿Eso era trabajar? Pues odio el trabajo.

S.A. - Abre la Boca: "Ocho de la tarde es, ya se acabó la jornada de hoy, es un trabajo que odias y lo tienes que hacer bien, con él pagas tus caprichos y la comodidad..."