viernes, 26 de septiembre de 2014

Nuevo Relato

   Es posible que la inspiración vuelva a mí. Aún siendo poco a poco, siento un dinámico renacer. Un nuevo relato, corto y directo, ha salido por arte de magia, ha brotado rápidamente tal y como suelo escribir, con largos periodos de abstinencia y concisos y concentrados periodos de enorme actividad. Lo he titulado "Viaje Sin Fin" y se encuentra en la columna de la derecha en la sección "Mis Relatos". El toque personal ha sido hacer que sea cíclico, es decir perenne en el tiempo, sin principio y sin fin de tal manera que, al acabar, se puede volver justo al principio y seguir leyendo por lo que su extensión en realidad no es de unas pocas líneas como aparenta.
   Cuando me surge una idea o situación, la escribo muy rápido, sin fijarme ni siquiera en el lenguaje ni en los errores ortográficos, simplemente dejo que se deslicen los dedos sobre el teclado (alguna vez ha sido con lápiz y papel) hasta conseguir plasmar la idea que quiero transmitir, dándole vueltas y más vueltas y, sobre la marcha, suelen surgir hilos que enganchan, sin saber porqué, con otra idea que está agazapada en el cerebro, deseosa de que se abra la puerta argumental para poder escapar. Después vienen las correcciones y los retoques, siempre procurando hacer un buen uso del lenguaje. Ese es mi método, no buscado pero efectivo hasta ahora. El problema es que puedo estar meses sin escribir ni una sola línea y no puedo hacer nada para remediarlo. Es lo que hay.
   Por otra parte, sigo trabajando a la vez en mis dos siguientes novelas aunque voy escribiendo muy poco en ellas, es decir, trabajo en la estructura y en buscar información de utilidad.
Creo que comienza un fructífero intervalo de tiempo, "Viaje Sin Fin" ha sido el pistoletazo de salida.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Grand Declaration of War

   Teniendo en cuenta que no me agrada escribir cuestiones temporales sino reflexiones atemporales y siempre siendo lo más generalistas posible, sin particularizar en mi pequeño mundo o en los mundos que lo rodean, hago aquí una excepción sobre un tema importante para la situación actual aunque también para el futuro próximo.
   Hecha esta salvedad, comenzaré esta breve exposición tratando el espinoso tema de la guerra, tanto entre insignificantes humanos contra insignificantes humanos, como entre insignificantes humanos y el sufrido planeta en el que habitan.
   En primer lugar, la forma ruin y deshonrosa de guerrear en la actualidad, digamos desde unas décadas hasta nuestros días, deja en entredicho a las leyes que rigen una guerra, es decir, los acuerdos de la Convención de Ginebra, tan necesarios a raíz de la Segunda Guerra Mundial. Resumiendo y para no perdernos entre legislaciones y Derecho Internacional, una guerra “como Dios manda” tiene unos puntos básicos que han de respetarse, no para el desarrollo de ésta, sino para, una vez concluida, que los países en conflicto no continúen guerreando pero esta vez en tribunales internacionales.
   La norma básica es que una guerra se produce entre estados soberanos y ha de ser declarada, es decir, un país debe decirle a otro u otros “quiero entrar en guerra contigo”. Así de simple. Solo entonces entra en vigor la batería de leyes que regirán el conflicto, como son, la toma de prisioneros a los que hay que tratar dignamente, atacar solo objetivos militares, los soldados pueden matar a otros soldados sin ser considerados como asesinos, no se pueden usar armas químicas o biológicas (esto solo a partir de la Segunda Guerra Mundial), etc. Desde que el hombre pisa tierra firme, esto sucede así. Dentro de la malignidad de un conflicto bélico, esas serían las reglas básicas de una “guerra limpia”.
   Hoy en día no existe honor ni limpieza en los enfrentamientos entre humanos. Se producen por cuestiones triviales o por cuestiones que involucran el propio poder. ¿Dónde quedó aquello de expandir el imperio, invadir para sosegar al pueblo y evolucionarlo? Hoy en día se invade para apropiarse de los recursos naturales de otros y realizar matanzas, a cual más cruel, sobre las inocentes poblaciones de civiles que nada tienen que ver con lo que ocurre, y todo por unas creencias obsoletas e imposibles de llevar a cabo o por los delirios de quien ostenta el poder.
Hoy en día no se declara la guerra, hoy en día te mato porque me da la gana.
   Las guerras actuales, varias por desgracia, involucran a distintos estados soberanos contra otros formando coaliciones en pos de un objetivo común. Por suerte, la era atómica militar acabó antes de empezar por lo que el uso y abuso de armas nucleares no está permitido por esas leyes de guerra, aunque no se puede menospreciar ni olvidar que están ahí.
   En segundo lugar, está la guerra del ser humano contra el planeta en el que vive. Es una guerra fraticida, que solo lleva a la propia autodestrucción, a pesar de que el ser humano lo sabe. ¿Se puede ser más imbécil? Creo que no. Evidentemente, el hombre no le ha declarado la guerra al planeta, sencillamente porque éste carece de la capacidad moral de asimilar el daño causado.
   El Pico de Hubert ya ha llegado, la llamada huella ecológica sobrepasa en más de 3 puntos las capacidades del planeta, la población mundial doblará su número en menos de 100 años, el cambio climático está científicamente contrastado (el hombre ha transformado, en menos de 200 años, los ciclos naturales de La Tierra, que llevan produciéndose desde hace 4500 millones de años), el acceso al agua potable solo es posible, de forma natural, para menos de 1/3 de la población mundial… y todo ello en un planeta con recursos finitos que se muere ante nuestros ojos.
   El hombre nunca encontrará vida extraterrestre y vaticino que ni siquiera llegará a pisar Marte porque, antes de que suceda, se habrá autodestruido.

   Voy a acabar con una sonrisa, no todo es tan decadente. Hace pocos días, una tarde me asomé al balcón y escuché a lo lejos unos acordes de guitarra. Era un sonido limpio y pausado. Unas notas al azar pero con melodía. Conseguí localizar su procedencia y me asombré al ver a un hombre en un terrado con una guitarra. Miraba al sol poniente y deslizaba sus dedos sobre la guitarra. Simplemente le salían los sonidos inspirándose en el atardecer. Estuve observándolo hasta que la claridad dejó paso a las penumbras, lo cual hizo que dejara de sonar su guitarra. Él sabía que tenía un espectador y, al marcharse, me miró. Lo saludé y le aplaudí a lo que hizo una reverencia. Volví a entrar en casa alegre y tranquilo. Esa noche dormí de un tirón.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Crónica de la Ultra Sierra Nevada

   Esta crónica se la dedico al esfuerzo y el sacrificio de los que no llegaron a meta, ya sea por una retirada a tiempo o por abandono involuntario. La montaña es implacable y pone a cada uno en su sitio…
   La Ultra Sierra Nevada se presentaba en tres modalidades: 83k saliendo de Granada capital, dándole la vuelta al Veleta y bajando hasta la meta de Pradollano, la de 65k saliendo de Granada capital y acabando en Pradollano pero sin subir la cumbre y la de 30k saliendo de Güejar-Sierra y acabando también en Pradollano. Esta última es a la que opté por varias razones, la principal es mi estado de salud desde hace meses con mis lesiones en la pierna izquierda que no se me van y mi pequeño problemilla de corazón, aparte de que las dos largas tomaban la salida a las 3 a.m. del viernes al sábado mientras que la corta de 30k salía a las 11 de la mañana del sábado, ideal para los que acudíamos desde otras provincias. Otra razón importante que siempre me ha condicionado es que voy siempre sólo a todas partes por lo que no me puedo permitir el lujo de acabar una prueba extrema en condiciones lamentables, ya que la vuelta en coche también se hace muy dura y para conducir hay que estar bien despierto y no excesivamente cansado. También tenía ya en el cuerpo la paliza de los 30k de Colomera de 2 semanas antes.
   La noche del viernes al sábado dormí poco y me desperté a las 03:20 a.m. y no me volví a dormir, por lo que casi madrugué tanto como los participantes de las dos pruebas que salían a las 03:00 a.m. Entre unas cosas y otras llegué a Güejar-Sierra sobre las 9 de la mañana. Un buen termómetro del resto del día lo da el paso por el puerto de la Mora (1380 msnm), que marcaba 9ºc cuando lo atravesé a las 8 de la mañana. Es una temperatura fresca pero, para los que conocemos la zona y Granada capital, vaticina un día caluroso como así fue.
   Ya había decidido intentar no parar en los avituallamientos intermedios (los de mi carrera eran 3: el primero en 9,4k, el segundo en 14,8k, el tercero en 23,9k) por lo que salí con demasiado peso para mi gusto: la camelbak hasta arriba y muchos geles y batidos de frutas, nada sólido porque me cuesta asimilar bien en carrera las barritas o los fruto secos. De esta forma, evitaba lo que me pasó en Colomera que, con tanto calor como hizo aquel día, en los avituallamientos bebía y comía en exceso y me costaba arrancar con el estómago lleno. La salida se dio puntual y comenzó bajando (mal asunto para mi rodilla izquierda y tobillo) y llega a una pista preciosa que discurre por un valle atravesando algunos túneles pero de piso casi de asfalto, las Salomon necesitaban guerra y quería pisar cuanto antes rocas y otro tipo de suelo, cualquiera menos asfalto o pista lisa.
   A los pocos kilómetros, ya he calentado bien y la pierna casi no me duele y entonces noto la espalda y la llamada espalda-baja muy mojadas: la bolsa de hidratación tenía alguna rotura pero sería muy pequeña porque no se vaciaba con rapidez. Me quito la mochila y noto la parte de abajo totalmente mojada, ¡vaya! Mi plan inicial podía venirse abajo con este inconveniente. En seguida llega un sendero complicado, con zonas con barro, en subida con fuertes inclinaciones laterales y entre ramas que parecían agujas afiladas, ideales para acabar con los brazos llenos de arañazos. De repente escucho “¡piedra va!” y veo rozar a la altura del corredor que me precede lo que creí que era un balón de fútbol. Le da en un pie aunque no de lleno pero el susto fue grande y no sufrió consecuencias. Este sendero llevaba, escalando un poco, a una buena pista, perfecta para asimilar los kilómetros anteriores e ir adaptando el cuerpo a la altitud, que por ahí ya rondaba los 1400 msnm. Poco tiempo después la carrera desembocaba en una carretera y muy cerca estaba el primer avituallamiento, en el que ficho y sigo sin parar, confiando en que la bolsa de hidratación aguantara, como así iba siendo. De esta manera, ahorré tiempo, no perdí el ritmo y adelanté a muchísimos corredores que se agolpaban en el avituallamiento, ya que coincidíamos las 3 carreras en el mismo recorrido pero los dorsales eran todos del mismo color y no se sabía quién era de cuál (fallo de la organización).
   El recorrido va siempre subiendo por pista y sendero y, de repente, llega la madre de todas las desgracias: se deja el sendero y se coge una subida “a pelo”, por mitad de la montaña, que era casi una pared. Si el ángulo de 90º supone una pared vertical, calculo que ese barranco tendría no menos de 60º de inclinación en 1k de longitud, totalmente imposible para una mtb, por ejemplo, y casi imposible incluso andando. Sin apoyar las manos no se puede subir por ahí, es lo más duro que he visto en una montaña y he visto unas cuantas. Nuevamente escucho por arriba “¡piedra!” y me encontré vendido sin poder reaccionar de la brutal inclinación de la pared. Pasó cerca y detrás no venía nadie, menos mal. No sé lo que tardé en salir de allí pero me parecieron años. Por fin, la salida de ese infierno era una pista que discurría sin apenas desnivel. Iba sólo pero la señalización era magnífica y continué hasta el segundo avituallamiento en el Dornajo, muy cerca de un restaurante y la carretera antigua que sube la montaña.
   Nuevamente no paré salvo para fichar y, a pesar de la clara bajada del nivel de agua de la camelbak, seguía teniendo líquido y decidí aventurarme hasta el siguiente avituallamiento, a 9k de distancia. La memorización del perfil de la carrera me hizo tomar esa decisión porque había unos 6k-7k de pista horizontal y solo 2k de subida hasta el tercer avituallamiento. Grave error.
   Iba bien de ritmo, me encontraba bien de fuerzas aunque empezaba a notar las consecuencias de la altitud: falta de oxígeno y pesadez generalizada. Además, comenzó a apretar fuerte el calor y no corría nada de viento y ni los árboles conseguían calmar el bochorno. Estaría por los 1800 msnm y creo que eran las 14:30 de la tarde. A los pocos k comencé a sentirme mal; corría muy despacio y echaba a andar muy a menudo.
   Uno de mis grandes problemas en este tipo de pruebas es cuando me pongo a andar porque soy de estatura media pero tengo una zancada corta por lo que al andar recorro poca longitud y ahí comenzaron a alcanzarme corredores, también andando, y se me escapaban y trataba de ir a su ritmo para engancharme a algún grupo e iba corriendo mientras ellos iban andando rápido. Así, mi gasto energético era mucho más elevado que el de otros corredores. El calor seguía aumentando y la bolsa de hidratación comenzaba a estar en las últimas, notaba que estaba vacía, mal asunto. La agradable pista se desvió a un sendero, otra vez estrecho y en constante subida y comencé a encontrarme mal de verdad. Sería el 22k aproximadamente. Sin agua no podía tomar ningún gel que diluyera su pastosidad y estaba un poco mareado. Iba sólo y decidí sentarme en un tronco caído porque no podía ni andar. Respiraba mal, y notaba el cardio muy elevado, me cagué en todo. No apareció nadie en algunos minutos y la cabeza empezaba a pensar cosas raras. Venga, tenía que moverme porque allí no me podía quedar y enfriarme, lo que sería mucho peor. Poco a poco comencé a caminar subiendo por un duro sendero y pensé que el avituallamiento tenía que estar muy cerca. Oí voces detrás y vi a 3 corredores andando que me alcanzaban, ¡menos mal! Me vieron jodido y rápidamente me ofrecieron agua e isotónica. Tenía la boca reseca y la lengua hinchada de la deshidratación y casi me bebí 2 botellas que me ofrecieron. Decidí engancharme a ellos hasta el avituallamiento, fuera como fuera y así formamos un grupo de 4. Aquello subía y subía, y subía y seguía subiendo y pasaba el tiempo entre andar y correr cada 50 metros. Entonces, alguien dijo ¡entre los árboles se ve Pradollano! Nos paramos los 4 y fue un subidón impresionante, todo un espectáculo. Con esa visión en la retina, seguimos ascendiendo y llegamos, por fin, al cruce con la carretera donde se encontraba el tercer avituallamiento, el cielo en el infierno. Conseguí hidratarme bien, comí fruta mientras despedía a mis 3 salvadores que salían ya y llené la camelbak para tener algo de reserva a pesar de la rotura, para afrontar los últimos kilómetros. Conseguí información del Veleta: había 8ºc y vientos de 70km/h en la cima. Los de la carrera larga lo iba a pasar muy mal…
   Desde el avituallamiento, la carrera bajaba por la carretera unos 100 metros y, otra vez, otra subida a tajo por mitad de la montaña, agarrándome con las manos. Menos mal que eran solo unos 200 metros de escalada hasta una pista ancha. Comenzó un viento fresco que me hizo renacer de mis cenizas y comencé a correr a buen ritmo de nuevo. Nadie por delante y nadie por detrás. Curiosamente, el perfil aseguraba que quedaba otra subida y el último k a meta era de bajada pero esta pista iba horizontal o con muy poco desnivel. La pista llegaba a un sendero estrecho con toboganes y ahí tuve que echar a andar, me dolía de nuevo el pie izquierdo. Consiguió alcanzarme una chica y me adelantó, mal asunto. El sendero acababa en la carretera justo en el cruce de Pradollano con la subida a la Hoya de la Mora donde está el cartel de 2250 msnm, por lo que a la meta quedaba algo más de 1k pero era casi sin desnivel y por asfalto, el perfil estaba mal señalizado sobre el papel, afortunadamente.
   A pesar de las Salomon (se portaron de lujo), tenía que acabar corriendo lo que quedaba y así fue. Volví a coger un ritmo vivo, alcancé a la chica, que iba ahora andando y llegué a meta en la plaza de Pradollano pero entré al revés por una mala indicación y me dijeron que era por el otro lado, puf, otra vez a correr para darle la vuelta a la manzana, en lo que la chica de antes me volvió a adelantar y entró, oficialmente, antes que yo. Una vez en el pasillo de meta, el speaker gritaba “¡ahora sí, vamos, que ya vas bien!” mientras yo sonreía y ponía fin a 5 años de mi vida. El crono fue lo de menos, 5horas y 16 minutos pero Sierra Nevada merece siempre el esfuerzo.
   La mochila no estaba rota, era la válvula del tubo que estaba suelta, algo que condicionó una parte crítica de mi carrera. Disfruté tanto como sufrí y disfruté mucho… Lo único que eché de menos fueron unos bastones: casi todos los corredores los llevaban y, de haberlos llevado, podría haber aprovechado la fuerza del tren superior para las zonas realmente difíciles, que no fueron pocas y también faltó una fotografía de entrada a meta, algo que es criticable para la organización que, en general, estuvo a un gran nivel.

   Dos días después no tengo secuelas físicas y creo que me encuentro mejor que antes de los 30k. Como dije al principio, la montaña pone a cada uno en su sitio.
Sierra Nevada, volveré.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Pagliacci

   ¿Los payasos tienen sentimientos? La idea que subyace de esta cuestión es casi trivial: la representación circense de un payaso, en cualquiera de sus diferentes tipos salvo el Arlecchino (arlequín), manteniendo la parte esperpéntica de su actuación (refiriéndome al esperpento tratado en la narrativa de Valle-Inclán), supone, en última instancia, una actuación metafórico-humorística del tema tratado. Tanto es así que, el payaso como actor (de método o no, sin entrar en la capacidad de la persona para realizar su actuación) transforma hasta el surrealismo lo que pretende hacer llegar al público, subjetivizando su actuación de tal manera que es intrínseca al payaso, esto es, los mismos argumentos tratados por otro payaso suponen una exposición temática radicalmente distinta y con sello propio.
   Así, la pregunta anterior no es nada evidente en su respuesta, aunque la fenomenal pero poco conocida obra “Pagliacci” (Payaso) responde afirmativamente y no deja lugar a dudas sobre la humanidad del payaso como actor y lo que le rodea.
   “Ridi, Pagliaccio, sul tuo amore infranto! Ridi del duol, che t’avvelena il cor!” (Ríe, payaso, ¡tu amor se ha roto! ¡Ríete del dolor (la pena) que envenena tu corazón!).
   ¿Cómo se puede extrapolar la breve argumentación anterior? En la vida hay que considerarse actor y, a veces, payaso (no me refiero al significado despectivo de la palabra, sino al actoral) por lo que el ser humano siempre está actuando, ya sea frente a situaciones o circunstancias o en connivencia con otras personas. Así pues, el actor englobado en el acto esperpéntico, es decir, cuando el actor se transforma en payaso, también ha de tener sentimientos aunque éstos solo deben aflorar en el actor y no en el payaso que se los debe guardar en el fondo de su corazón aunque esté envenenado, tal y como reza el pasaje anterior. De ahí surge la expresión en nuestro idioma de “ser como el payaso triste, que siempre ha de reír aunque esté triste en su interior”, perfectamente reflejada en la poesía “Reír Llorando” de Juan Peza.
En la sociedad occidental actual el payaso se menosprecia y se infravalora como el personaje que entretiene a los niños pero, desde su aparición allá por las dinastías egipcias hasta su máximo apogeo en la Italia del siglo XIX, siempre fue el personaje más querido y aplaudido por su modo de reflejar los avatares diarios de los pueblos de forma amena y simpática. Es una lástima que se hayan visto relegados a los circos y a la pequeña pantalla, estos últimos más bien forman una hornada revenida de cuasi-humoristas que piensan que Shakespeare es un tipo de galleta...
Por cierto, Shakespeare fue un tipo que escribió la tremenda obra "La Tempestad" en la que aparecen frases como "hell is empty and all the devils are here" (el infierno está vacío y todos los demonios están aquí). Ahí queda eso.

Nota:
Homenaje al mejor payaso moderno: Charlie Rivel.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Somos Simples Números

   ¿Alguien se ha planteado alguna vez quienes somos en el mundo en el que vivimos? Es posible que a nivel metafísico esta pregunta haya pasado por algunas mentes inquietas. Bastantes menos se la han planteado a nivel físico, donde la ecuación de Schrödinger nos despeja la duda: básicamente, somos lo que percibimos. Una explicación más detallada la di en mi entrada "Borges y la Ecuación de Schrödinger".
   Supongo, pues, que nadie se ha planteado realmente esta duda a nivel social, a nivel de la sociedad actual y me refiero no solo al país en el que vivimos, también es extensible a cualquier sociedad avanzada del planeta, obviando a las tribus pequeñas y aisladas por una razón muy sencilla: se componen de pocos miembros.
   Quizás es la primera vez que lo comento en este blog pero creo que todos estamos de acuerdo en que somos demasiados humanos en el planeta, y todos distintos, por lo que debe existir alguna forma fiable de distinguirnos entre nosotros (un corolario de la apabullante cantidad de personas que poblamos el planeta, es que el ser humano nunca encontrará vida extraterrestre, ni avanzada ni en forma de microorganismos porque se autodestruirá o arrasará los recursos naturales antes de conseguir la tecnología adecuada para profundizar más en el universo, pero este es otro tema…). Las sociedades aisladas con pocos miembros no poseen este problema ya que con asignar a cada miembro un nombre es suficiente, incluso sin sobrenombres (apellidos), para distinguir a su población. En nuestro país existe el Documento Nacional de Identidad que, hasta hace pocos años, era solo un número y al que se le añadió una letra formada por combinaciones de la fecha de nacimiento y otras lindezas de cada persona pero, en definitiva, una letra es un número ya que al abecedario anglosajón se le asigna a la letra “a” el número 1, a la letra “b” el 2 y así sucesivamente. Cualquier otro abecedario distingue sus letras o símbolos por la posición numérica en la que se encuentran por lo que no pierdo generalidad al referirme solo al abecedario anglosajón.
   En los países en los que no existe un Documento Nacional de Identidad, existen otras artimañas para seguir asignando un número a cada persona, como puede ser identificarse con el carnet de conducir (lo más habitual) que corresponde también a un número o un conjunto de ellos.
   Incluso a nivel de ver al ser humano como un organismo, nos distinguimos de otros organismos por unos sencillos números: el genoma humano es único y distinto de cualquier otro ser vivo (el genoma se compone de un número determinado de cromosomas que contienen la información genética de cada especie animal o vegetal), los hombres se distinguen de las mujeres por los cromosomas, todos los asesinos en serie tienen una variación específica en sus cromosomas, una persona saludable tiene unos intervalos numéricos muy concretos de información en la sangre, etc.
   Así, es evidente que las sociedades actuales reducen al ser humano a un simple número o combinaciones de números. Para rizar más el rizo, cada individuo de las sociedades actuales más avanzadas, posee otra cantidad asombrosa de números en su haber: teléfonos, cuentas bancarias, matrículas de vehículos, claves de acceso a internet, habitación de hospital después de un accidente, plaza de garaje… incluso los horarios laborales se rigen escrupulosamente por números.
   ¿Qué sucede en las prisiones? Que cada recluso se identifica con un número distinto del de los demás reclusos y ese número es inherente al recluso al que se le asigna.

   Por tanto, mi conclusión es la siguiente: ¿Se está convirtiendo o se ha convertido la sociedad actual en una enorme prisión para el ser humano? Si hablamos de números está claro que la respuesta afirmativa es más que verídica…

lunes, 1 de septiembre de 2014

Jubilación

   Me jubilo. Ganas tenía desde hace tiempo. Lo que comenzó en agosto de 2009 acabará en septiembre de 2014. Han sido 5 años de alegrías y sufrimientos, a partes iguales, con 180 competiciones oficiales en 10 provincias diferentes de 5 regiones españolas, con algún pódium y muchas medallas y trofeos y solo 1 abandono. La dinámica de entrenar siempre para competir está predestinada a pasar factura, sobre todo mentalmente. También están los problemas físicos, evidentemente, que arrastro desde hace algunos meses y, en especial, la jodienda del corazón que me va a condicionar de por vida, haga o no haga deporte. Técnicamente se llama soplo asintomático funcional, es decir, la válvula de entrada (en el periodo de sístole) no sella bien pero no tengo ningún síntoma por lo que, al hacer un gran esfuerzo físico me puedo quedar en el sitio. El cuerpo me ha brindado un regalo de despedida. Por la parte mental, me encuentro muy saturado y cansado, sin motivación para ir a otra competición y la que me queda por hacer, la ultratrail de Sierra Nevada, la haré solamente por la zona en la que se ubica, para disfrutar del paisaje.
   ¿Qué razones me han llevado a tomar esta decisión? Cuando pensé competir en carreras a pie en aquella brutal subida a Mojácar (excelente bautismo) en una calurosa tarde de finales de agosto de 2009, me planteé una serie de retos a cumplir en el menor plazo posible. Después de 5 años se han cumplido la mayoría, por lo que una vez superados ya no me motiva volver a lograrlos, y los que no se han cumplido, pocos por suerte, después de 5 años de intentos será casi imposible que los logre por lo que tampoco me interesa seguir insistiendo. Así pues, entre los retos logrados y los que no, cubro casi la totalidad de las competiciones del mercado actual. ¿Qué sucede con las que quedan? Que ya las he realizado y pasaron sin pena ni gloria o no las puedo realizar por diversas circunstancias: lejanía, precios, dificultad técnica, fechas, etc.
    Después está el tema económico, muy importante. Tanto las carreras a pie como el triatlón se han convertido en modas y en jugosos negocios para los avispados organizadores (la mayoría) que buscan sacar dinero del sufrimiento de los atletas y cada vez son más caras las carreras y con menos servicios al corredor (algo tan básico como que no falte agua y fruta durante y después de correr y un sitio donde poder ducharse al finalizar, en muchos casos, cada vez más, ni siquiera se consigue), es decir, todo está enfocado a ganar dinero cuando, hasta no hace muchos años, lo que prevalecía era el buen trato al corredor e inscripciones gratuitas o casi, la mejor forma de fomentar el deporte. Actualmente, solo conozco 3-4 competiciones del sureste de la península con inscripción gratuita y una atención decente hacia los atletas, de un calendario de cientos de pruebas.
   Todo este cúmulo de circunstancias ha hecho que pierda la motivación para ponerme un dorsal en el pecho aunque, obviamente, un deportista siempre hará deporte porque es una filosofía de vida, por lo que nada ni nadie me impedirá salir, solo o acompañado, a la montaña o al río o donde me plazca o a hacer series (pero vigilando las pulsaciones, que corazón solo tengo uno) 3, 4 ó 5 veces a la semana o ninguna, sin ningún objetivo de competición, simplemente para disfrutar haciendo deporte al aire libre, tal y como hacía antes del verano de 2009.

   ¿Me arrepentiré? Probablemente no a no ser que cambie la situación actual de las carreras populares, algo en lo que las federaciones regionales deberían intervenir más. Hasta que no vea un marcado cambio no volveré a competir salvo algo muy, muy excepcional…