No voy a hablar de política. La política es tratar de hacer
proyectos reales de ideas utópicas imposibles de llevar a la práctica, todo
ello con hábiles demagogias y engaños encubiertos. Hablar de política debería
asquear. Quiero hacer especial mención a una forma de votar que está olvidada y
los electores toman como trivial: el voto en blanco.
Pensé en escribir sobre ello antes de las elecciones
europeas pero me he decidido a hacerlo después y tiene sentido referirse a ello
a posteriori, para remover conciencias y hacer pensar al lector, que es lo que
siempre trato de conseguir con este blog.
Nos guste o no, estamos inmersos en un sistema democrático
(en las repúblicas bananeras es otra historia, lógicamente) en el que los
ciudadanos tienen derecho a votar, ya sea en elecciones locales, autonómicas,
nacionales o europeas. Más que un derecho lo calificaría como una bendición. La
implantación pacífica del llamado sufragio universal, a partir de la revolución
industrial y más concretamente a partir del siglo XIX, costó muchas vidas y
sufrimientos en sus albores ya que el voto libre era sinónimo de libertad, tan
restringida incluso en países libres.
La idea de votar, hoy en día tan banal y trivializada, le
traslada implícitamente al elector (ciudadano adulto con derecho a voto, en
principio sin restricciones respecto a sexo, raza, religión o etnia social) la
obligación de elegir a un determinado partido político para que lo represente
pero se incurre en un grave error: lo que subyace en la realización de la
acción de votar le encarga, explícitamente, al elector a acudir a la urna a
depositar físicamente su voto pero ese voto, no ha de estar necesariamente dirigido
hacia ningún partido político del espectro representativo que concurre a las
elecciones. Aquí surge la elección del imprescindible y brutal voto en blanco.
Evidentemente, un partido político lo que pretende con su
programa electoral es que el elector no vote a las demás fuerzas políticas pero
sí a la suya, cuando lo que realmente debería pretender es que no voten a las
demás fuerzas electorales pero sí a la suya (lo que sería el voto con papeleta)
o a ninguna (lo que sería el sobre sin papeleta) pero está claro que los
partidos políticos no van a promover, y ni siquiera presentar en sociedad, el
voto en blanco porque entonces el voto del elector sería visto como una
abstención, que es radicalmente distinto al voto en blanco.
El voto en blanco es lo peor que les puede pasar a los
partidos políticos en unas elecciones. No votar, es decir, abstenerse de ir
físicamente a depositar una papeleta en la urna, implica pasotismo y desgana
por todo lo que va a ser representado en un parlamento. Sin embargo, el voto en
blanco le da a entender a los partidos políticos que el elector ha sido capaz
de hacer el esfuerzo de dirigirse a su colegio electoral, con las dificultades
que puede acarrear este acto, y ejercer su derecho moral de votar y aún así, no
ha estado satisfecho con ninguna fuerza política de las que concurrían a las
elecciones. Incluso casi está mal visto decir “he votado pero he votado en
blanco”. Obviamente, en la cantidad de votos está el quid de la cuestión.
Supongamos que una población tiene 100 habitantes y se quiere
realizar una votación para saber qué se hace con los campos aledaños al pueblo
y varios partidos políticos hacen sus propuestas y el día de realizar el voto
acuden todos los habitantes del pueblo y “gana” el voto en blanco, es decir,
ningún elector ha sido capaz de identificarse con las propuestas de ningún partido
político, ¿qué sucede entonces? Creo que es una buena pregunta para
reflexionar. A partir de millones de electores, es evidente que el voto en
blanco y la abstención (los pasotas) suponen un porcentaje mínimo en los
resultados y por eso no se tienen en cuenta como debieran.
Existe un organismo que se llama `Junta Electoral´ que hace
de juez durante las campañas electorales y resolverían la cuestión anterior, la
cual no voy a resolver yo aquí porque no conozco la ley electoral salvo algunas
pinceladas básicas que todo el mundo debe conocer.
Como detalle, si en el ejemplo anterior se da el caso de que
todos los electores del pueblo se abstienen de votar, la Junta Electoral
también tiene potestad para aplicar la ley electoral pero no se haría de la
misma forma que en el caso de formalizar el voto en blanco.
Ahora voy a hablar de los miserables militantes de partidos
políticos que no acuden a votar ni siquiera al partido político al que están
afiliados. El concepto de militancia, que proviene de militar, es decir,
sinónimo de belicoso, fue muy promovido en nuestro país por los sindicatos a
raíz la transición y la entrada en vigor de la Constitución Española. Ser
militante de un partido político y no ir a votar a tu propio partido es como
ser de un equipo deportivo y no ir a verle jugar y eso es ser superficial,
miserable y con muy poca personalidad. Cuando en unas elecciones aparece una
abstención de más del 50%, como en el caso de las pasadas elecciones al
parlamento europeo, es evidente que algún (muchísimos) militante de partido político ni siquiera le ha dado su confianza al partido del que se enorgullece
ante los demás y del que posee carnet. Esta gente da mucho asco. Si estos
militantes hipócritas hubieran acudido a las urnas pero hubieran votado en
blanco, habrían conseguido dar pie a que los partidos políticos que los
representan tuvieran una llamada de atención y pudieran reflexionar en lo que
han fallado para provocar que sus propios militantes votaran en blanco, de ahí la importancia
del voto, aunque sea en blanco.
Para acabar, el hecho de votar, aunque sea en blanco,
proporciona al elector la capacidad moral y ética de replicar las ideas
políticas o rebatirlas si le ofrecen confianza y representatividad. Quien no
vota no se merece criticar y ni siquiera opinar porque ha querido,
voluntariamente, estar fuera del sistema y el sistema somos todos.
¿Adivinas ahora cuál fue mi voto en las pasadas elecciones?