¿Alguien se ha planteado alguna vez quienes somos en el
mundo en el que vivimos? Es posible que a nivel metafísico esta pregunta haya
pasado por algunas mentes inquietas. Bastantes menos se la han planteado a
nivel físico, donde la ecuación de Schrödinger nos despeja la duda:
básicamente, somos lo que percibimos. Una explicación más detallada la di en mi
entrada "Borges y la Ecuación de Schrödinger".
Supongo, pues, que nadie se ha planteado realmente esta duda
a nivel social, a nivel de la sociedad actual y me refiero no solo al país en
el que vivimos, también es extensible a cualquier sociedad avanzada del planeta,
obviando a las tribus pequeñas y aisladas por una razón muy sencilla: se componen de pocos
miembros.
Quizás es la primera vez que lo comento en este blog pero
creo que todos estamos de acuerdo en que somos demasiados humanos en el planeta,
y todos distintos, por lo que debe existir alguna forma fiable de distinguirnos
entre nosotros (un corolario de la apabullante cantidad de personas que
poblamos el planeta, es que el ser humano nunca encontrará vida extraterrestre,
ni avanzada ni en forma de microorganismos porque se autodestruirá o arrasará
los recursos naturales antes de conseguir la tecnología adecuada para
profundizar más en el universo, pero este es otro tema…). Las sociedades
aisladas con pocos miembros no poseen este problema ya que con asignar a cada
miembro un nombre es suficiente, incluso sin sobrenombres (apellidos), para
distinguir a su población. En nuestro país existe el Documento Nacional de
Identidad que, hasta hace pocos años, era solo un número y al que se le añadió
una letra formada por combinaciones de la fecha de nacimiento y otras lindezas
de cada persona pero, en definitiva, una letra es un número ya que al
abecedario anglosajón se le asigna a la letra “a” el número 1, a la letra “b”
el 2 y así sucesivamente. Cualquier otro abecedario distingue sus letras o
símbolos por la posición numérica en la que se encuentran por lo que no pierdo
generalidad al referirme solo al abecedario anglosajón.
En los países en los que no existe un Documento Nacional de
Identidad, existen otras artimañas para seguir asignando un número a cada
persona, como puede ser identificarse con el carnet de conducir (lo más habitual) que corresponde también a un número o un conjunto de ellos.
Incluso a nivel de ver al ser humano como un organismo, nos
distinguimos de otros organismos por unos sencillos números: el genoma humano
es único y distinto de cualquier otro ser vivo (el genoma se compone de un
número determinado de cromosomas que contienen la información genética de cada
especie animal o vegetal), los hombres se distinguen de las mujeres por los
cromosomas, todos los asesinos en serie tienen una variación específica en sus
cromosomas, una persona saludable tiene unos intervalos numéricos muy concretos
de información en la sangre, etc.
Así, es evidente que las sociedades actuales reducen al ser
humano a un simple número o combinaciones de números. Para rizar más el rizo, cada
individuo de las sociedades actuales más avanzadas, posee otra cantidad
asombrosa de números en su haber: teléfonos, cuentas bancarias, matrículas de
vehículos, claves de acceso a internet, habitación de hospital después de un accidente, plaza de garaje… incluso los horarios laborales se rigen
escrupulosamente por números.
¿Qué sucede en las prisiones? Que cada recluso se identifica
con un número distinto del de los demás reclusos y ese número es inherente al
recluso al que se le asigna.
Por tanto, mi conclusión es la siguiente: ¿Se está
convirtiendo o se ha convertido la sociedad actual en una enorme prisión para
el ser humano? Si hablamos de números está claro que la respuesta afirmativa es
más que verídica…