El tiempo de
recogimiento personal que supone la Semana Santa para los cristianos se ha de pasar guste o no ya
que, en estos tiempos de intercomunicación inmediata, automática y
sobreevaluada, la persona que convive en un entorno civil masificado (las
ciudades) se empapa de lo que le rodea, quiera o no, le guste o no. Ese tiempo
de recogimiento y análisis personal no ha de ser, necesariamente, siguiendo las
normas de alguna institución decadente y anquilosada en el pasado de tiempos
mejores que pretende inculcar sus ideales por el método de la desinformación de
todo lo demás aunque, bien es cierto que, en los días actuales, esa fuerza está
casi totalmente diluida. Me refiero a la iglesia católica, por si no ha quedado
claro. Tampoco ha de ser dicha introspección en estos días, cada persona puede encontrar su recogimiento y análisis en cualquier época del año, faltaría más.
Releí pues,
hablando de ese interiorismo personal y recapacitación filosófica de mi propia existencia y de lo que me rodea,
ese fabuloso libro titulado “El Nombre de la Rosa” del complejo Umberto Eco.
Este autor tiene el curioso santo y seña de ser el padre de la única obra que
no he conseguido acabar a lo largo de mi vida, en todas las ocasiones en las
que lo he intentado, y me refiero a “El Péndulo de Foucault”, libro complejo,
de muy difícil lectura y, para mí, aburridísimo tanto en su forma de escritura
como en el desarrollo de la temática tratada. No en vano, nunca he conseguido pasar de las primeras páginas. Afortunadamente, “El Nombre de la
Rosa” no me aburre en absoluto aunque es de lectura apabullante con infinidad
de expresiones latinas y griegas, así como citas y encadenamientos que acaban
por frustrar una lectura fluida y lineal, y más si no hay traducciones
de esas expresiones griegas y latinas. La que da título a esta entrada es una
de ellas y su traducción es “estés donde estés, que la paz sea contigo”, expresión que cualquier persona puede desear a cualquier otra, sea de la religión que sea y crea en lo que le dicte su conciencia.
Descubrí, hace poco, que este apasionante libro se puede leer de dos formas distintas: una de ellas
es la que obvia los párrafos latinos griegos y sigue avanzando en la lectura. Esta
forma es la más habitual y la del lector medio. Aún así, es compleja y muy rica en matices. La otra forma de afrontar esta
obra es parándose en cada `latinajo´ y buscando su traducción empapándose así
del ambiente medieval que rodea a esta novela de misterio. El problema estriba
en que esta forma requiere pararse más a menudo de lo que gustaría y tener
siempre a mano un buen diccionario latín-español o griego-español aunque, hoy
en día, con el uso de los traductores inmediatos de internet, se dulcifica esta
tarea.
Siempre, después de
la fascinante lectura de una obra así, conviene ver la película derivada del
texto, en caso de existir (nunca al revés), para tratar de apreciar la ambientación y concretar el
trasfondo histórico en el que se mueve el texto aunque, cabe resaltar que no
siempre de un buen libro se obtiene una buena película. En el caso concreto de “El
Nombre de la Rosa”, el film difiere en algunos detalles no tan superfluos como el director pretende y cae
estrepitosamente en el final pasteloso y ñoño. Si digo que en el libro la chica
muere y alguien no lo ha leído, que lo hubiera hecho.
Pero no quiero
detenerme en la relación libro-película. Esa trivialidad se la dejo a
otros. Quiero ahondar en el hecho de que un escritor sea complaciente con sus
lectores y les ofrezca la posibilidad de una lectura, llamémosla “menos difícil”
(porque fácil no lo es, en este caso en concreto, incluso en la forma de lectura
que obvia los latines y los griegos) y otra lectura de cierto nivel y abundante paciencia..
No quiero, para
acabar, quitarle méritos a esta obra maestra de la literatura contemporánea
pero si digo que está basada en las andanzas de sir Sherlock Homes y el doctor
Watson a la hora de aplicar el método deductivo para resolver sofisticados entuertos
o crímenes, entonces parece que todo se simplifica un poco. No puedo tampoco
dejar de lado el hecho de que el malo malísimo de “El Nombre de la Rosa”, el
bibliotecario ciego llamado Jorge de Burgos (en la película se le llama
`venerable Jorge´ sin hacer mención a su nombre completo, aunque este es un detalle menor) está inspirado para
el autor, por mi querido Jorge Luis Borges y la abadía donde se aloja la trama
se basa en una obra suya titulada “La Biblioteca de Babel” (por relatos cortos
de Borges prefiero “El Inmortal” o “Abenjacán el Bojarí, Muerto en su Laberinto”,
mis dos lecturas fetiche). Estos pequeños datos inducen a pensar que relajan la puesta en
marcha de una obra de tal magnificencia como la comentada en esta entrada.
La conclusión,
sorprendente si se atiende al fondo, es que existen libros que se pueden leer
de varias formas distintas aún incluso sin variar ni una palabra, ni una coma.
Un autor que es capaz de escribir así para sus lectores requiere de especial atención,
tanta como ofrece él a los que lo leen.