Dicen que escribir es muy terapéutico. Algún que otro
escritor famoso comenzó a escribir precisamente para hacer terapia; 1, 2, 3,
responda otra vez… Hemingway. Luego acabó de aquella manera y uno se plantea
entonces si realmente la terapia funciona o no. De cualquier manera, el que
escribe estas líneas suele tener muy presente un axioma fundamental, dicho
precisamente por don Ernesto, sobre cómo debe ser la fluidez de escritura de
alguien que es escritor (nota aclaratoria: todos escribimos pero no todos somos
escritores, es decir, hay que saber diferenciar al que va al estanco a escribir
el 1x2 de la quiniela, con el escritor de Guerra y Paz o el escritor de La
Ilíada, por citar dos obras mayores cualesquiera).
Sin irme mucho por las ramas, dicho axioma es: “una página
al día”. Fíjese el público en la gran novela que saldría, digamos, al cabo de un año, es
decir, una novela de 365 páginas. Suculento, ¿verdad? Algo tan aparentemente
sencillo y que cualquiera que escribe se plantearía como algo trivial, conlleva
una dificultad exponencial, y me explico. Si tomamos como punto de partida una
historia desde su inicio, con su planteamiento y su presentación de personajes,
escribir una página al día resulta muy cómodo y fluido hasta que el argumento
requiere pasar a la siguiente fase, es decir, la fase en la que los personajes
están consolidados y la trama requiere que suceda algo concreto para poder
avanzar. En cada escritura todo esto sucede en páginas muy distintas de
numeración y por ese motivo no doy una cifra exacta de este punto de inflexión
pero a partir de él, la cosa ya no está tan clara para el escritor (ahora sí,
escritor) y cada vez cuesta más y más escribir esa insignificante página para
cubrir el cupo del día. Pero esta dificultad no va aumentando hasta el final
del libro sino que llega un momento, pasada una dificultad extrema, en el que
vuelven a fluir las palabras y las frases hasta acabar la historia de forma
magnífica y placentera. Lógicamente, ese punto de máxima dificultad se ve una
vez llegado al final, cuando se echa la vista atrás. Podríamos decir que el
grado de dificultad de la escritura forma una campana de Gauss.
Por otro lado, si lo que queremos es crear una historia pero
no contarla desde el principio, esa página al día se convierte en una
encrucijada bastante difícil de desentrañar. Personalmente, siempre evito escribir
así por la dificultad inicial aunque he leído algún que otro libro en el que
parece, desde el principio, que se nos deja ver
a través de las páginas la historia ya montada y el lector aparece en
cierto punto que interesa al escritor, por lo que es un arma de doble filo
porque el lector debe leer a ciegas algunas de las páginas iniciales hasta
situarse enteramente en el hilo de la historia. Generalmente, este tipo de
escritura no acaba cuando se acaba el libro sino que la sensación para el
lector es que la historia continúa pero no está escrita, simplemente la ventana
de las páginas se ha cerrado.
Por cierto, me gusta mucho cuando el escritor se dirige al
lector, es muy reconfortante tanto para uno como para el otro: como lector tuve
la suerte de haberlo encontrado en “Las Tribulaciones del Estudiante Törless”
y, por el otro lado, tuve el gusto de haber escrito “El Mar Blanco”… Los
escritores deberían hacerlo más a menudo, es un magnífico Rara Avis.
Volviendo al modo de escritura `tradicional´, es decir,
lineal con principio y fin, me gusta verlo como si fuera un árbol invisible. Aquí,
el escritor parte del tronco y va descubriendo algunas ramas pero no debe
quedarse en las ramas bajas porque entonces se encontraría en un callejón sin
salida sin posibilidad de llegar a un buen final salvo volviendo hacia atrás
hasta el tronco, debe tratar de ir descubriendo las ramas más altas para ir
avanzando en la historia con la máxima profundidad y tratar de llegar a un buen
fin, que en este caso, sería la copa de un gran árbol.
Así pues, escribir supone una terapia siempre y cuando se
deje uno las quinielas y trate de contar algo que conmueva al posible lector,
ya sea con una novela, con una historia corta, con un cuento o con una poesía,
lo realmente terapéutico de escribir es dar algo de uno a los demás sin pedir
nada a cambio salvo el tiempo robado en esas tardes de lectura.