En el capítulo llamado “Bordes Irregulares” de la quinta
temporada, el patriarca omnipotente, prepotente y demás calificativos
despectivos que le definen a la perfección, de la “familia” Soprano – DiMeo,
mafiosos donde los haya, a más no poder, aparece en una escena quitándole una
manzana a su amadísima esposa Carmela, del bodegón que está dibujando. Lo de
amadísima es ironía pura y dura. Pero tranquilos, no se la come entera, la
manzana digo, solo le da un bocado y la vuelve a dejar en su sitio mientras
Carmela suspira con gesto entre sumisión y… sumisión. Tony lo hace por joder,
más que nada. Y lo sabe. Y ella también.
Esto, que parece un comentario banal sobre un capítulo de
una serie de televisión (una de las mejores de la historia, ahí queda eso), es
de vital importancia aunque no para el desarrollo de la trama en sí, que ya
tiene lo suyo. Es importante por el hecho de que demuestra que no todo está
predefinido, la monotonía solo existe en nuestro interior y que la vida y las
relaciones interpersonales y sociales son abiertas y llenas de sorpresas. Este
es el trasfondo de dicha escena. Y estamos hablando de una escena de un
capítulo de la penúltima temporada, es decir, que se supone que el espectador
ya conoce a la perfección a todos y cada uno de los personajes que aparecen así
como sus manías, vicios y forma de vivir. Pues no, esa insignificante escena te
da una bofetada en toda la cara, con la mano abierta, y te deja pensando en qué
acontecerá a partir de ahí porque creías que lo sabías todo sobre el personaje
de Tony Soprano.
Como la vida misma. Crees que ya lo sabes todo y que tu vida
está reglada y encasillada pero siempre aprendes algo nuevo día tras día y la
alegría de vivir aflora entre las prisas, los atascos y el no dejar de mirar a
nuestro amo y señor, ese que nos gobierna a cada momento y nos dice lo que
debemos hacer siempre: el reloj (o el móvil de última generación, para los más
modernos). Aquí me he permitido una pequeña licencia en forma de flashback a “¿Terapia?”
porque me dirijo al espectador, como allí contaba, me encanta…
La comparación entre esa escena y la vida de cada cual es
fascinante. Tenemos la obligación moral de aprender día tras día, romper con
los esquemas preestablecidos y vivir intensamente y alegrarnos de que un tal
Tony Soprano nos enseñe, a su manera, que él también es capaz de sorprendernos
mordiendo una manzana, aunque sea solo para fastidiarle el bodegón a su querida
Carmela.
El enlace de mi crítica de la serie en filmaffinity está aquí.