martes, 24 de junio de 2014

Filosofando II: La Envidia

-Papá, siento envidia.
Mi hijo me desconcierta a veces y otras me exaspera. Desde su enclaustramiento en la habitación de este hospital, lo único que hace es mirar por la ventana y pensar. Menos mal que su mente está sana, no como su cuerpo.
-Dime hijo, ¿por qué dices eso? –le pregunto mecánicamente, ya que sé, quiera o no, que acabará por contármelo.
-Pues eso, que siento envidia, ese sentimiento superior del ser humano, el ser supuestamente superior de la naturaleza –dice sin dejar de mirar por la ventana.
-A ver, la envidia también se da en el reino animal, los animales también pueden sentir envidia de sus semejantes –le contesto después de analizar su disertación.
-“No es eso, papá, mi envidia es de otro tipo. La mañana es clara y desde aquí veo el jardín. La luz baña el paisaje, no hay sombras que difuminen los colores que permanecen puros, el sol da la vida y nuestro destino es mantenerla y compartirla. La hierba salvaje se alza danzando, es suave al tacto, así la recuerdo, no se queja, no padece, no llora, no ríe, no hace daño. Simplemente vive. Tratar de ser hierba es un pensamiento superior pero la claridad con la que vive sus días produce envidia, un sentimiento superior. Sentir, padecer, gozar, llorar, reír, hacer daño… son sentimientos superiores, nuestros, pero deberíamos envidiar la simplicidad de no tenerlos, ni siquiera los buenos. Nuestra vida debería ser simple y pura, como la de la hierba que pisamos y doblamos y quebramos pero, aún así, ella nos devuelve solo caricias, solo amor. Sin necesidad de sentir, vive y muere, crece y se desvanece, florece y se apaga,  solo a merced del viento y la lluvia, el calor y el frío.
El árbol que da frutos se parece a la hierba que lo rodea. No siente, no padece. Da frutos y espera los ciclos vitales de la vida. Las ardillas le hacen cosquillas pero no ríe, el sol quema sus hojas pero no llora. Doblado o lacerado no se queja. Su vida, larga o corta, a la sombra o al sol, es como la de la hierba que ve, estática y a merced de los elementos. Y cuando muere lo hace en silencio. O eso aparenta. Pero los gritos apagados de la hierba y del árbol son profundos, inaudibles pero continuos. Hablan y gritan, pero no los oímos. Nos transmiten sus sentimientos de la única forma que saben hacerlo: la hierba nos acaricia, el árbol nos da sombra y jugosos frutos y aún así ignoramos sus vidas salvo para nuestro propio beneficio. El campo merece ser escuchado, envidio su forma de existir, sencilla, sin complejos, sin frustraciones y sin maldad, ¿entiendes mi envidia? No envidio las posesiones de los demás o sus éxitos, ese es un sentimiento sucio y mezquino, propio de seres sucios, mezquinos y frustrados, seres superiores que son capaces de dañar a sus semejantes y a su entorno de forma voluntaria, envidio la sencillez de la vida de las plantas porque no tienen preocupaciones y viven solo como así se les ha indicado genéticamente. La envidia no es sana, eso es una expresión sin sentido pero envidiar algo sencillo como propio es más leve que envidiar situaciones, posesiones o logros de los seres semejantes en igualdad de condiciones ante la vida, por eso mi sentimiento ante el árbol, ante la hierba, es puro y sin maldad porque, en el fondo, sé que es una utopía, nunca podrá lograrlo un ser supuestamente superior en la escala de la Naturaleza y, en lo más profundo de mí, me alegra que así sea, me alegra que existan trazos de la vida imposibles de alcanzar para el ser humano, así permanecerán más puros.”

El silencio se adueña de la habitación haciendo que sus reflexiones sean más acertadas y profundas. Realmente estoy de acuerdo con mi hijo y lo miro y observo desde mi sillón, por el filo de la ventana, la copa de un árbol, el árbol del jardín que ve mi hijo. Imagino su vida y casi siento que me está hablando, contándome sus anécdotas y sus inquietudes. Lo siento muy cercano y comparo mi vida con la suya y aparece en mí un atisbo de envidia tal y como reflexionaba mi hijo. Entonces llaman a la puerta y entra la enfermera, la cena ya está aquí.