viernes, 22 de agosto de 2014

Implícito

"Yo no espero que conozcas a este número, hayas estudiado o no, así que te lo presentaré gustoso. Rige las leyes físicas de nuestro universo, divertido y mágico, saber que nos muestra la relación entre el radio y el diámetro de una circunferencia es fascinante y ésto lo hace único y místico. Me refiero, naturalmente, al número Pi. Si existe algún ser inteligente en el universo es seguro que conoce dicha relación. Probablemente, es más, con toda seguridad, no lo llamarán así pero su significado es el mismo o no sería el número Pi."

   La clave para descifrar el mensaje implícito en el texto anterior (de factura propia, ya que no es de mi agrado copiar/pegar cosas de otros) nos la da, quien si no, el número Pi, teniendo en cuenta la palabra que corresponde a la posición de cada cifra leídas de la siguiente manera: 3, 14, 15, 9, 26, 53, 5, 89, 79.    Naturalmente el número de cifras decimales de Pi es infinito pero yo recurrí solo a éstas para que te resultara menos aburrido. ¡A ver si descifras el mensaje!

Nota: Pi=3,14159265358979323846264....

lunes, 11 de agosto de 2014

Descenso a mi Infierno

   Para los fervorosos creyentes de palabra, que no de obra, la excomunión no supone ningún efecto negativo en sus insignificantes vidas, ni tampoco todo lo contrario aunque se podría ver como una clase de liberación moral sobre sus actitudes hacia la iglesia o el casamiento. Teniendo en cuenta que en la sociedad española y la mayoritaria europea, el bautizo al poco de nacer supone obligar a una persona sin uso de razón a formar parte de una determinada religión solo por el hecho de que sus progenitores así lo quieren, pensar en la excomunión voluntaria cuando ya se puede tener una diversidad de opiniones sobre las distintas religiones o el ateísmo, por qué no, no es una idea tan descabellada ni paranoica como a priori se presenta.
   La historia nos cuenta que la iglesia cristiana fue, en orden cronológico, un fanatismo, un monopolio, una nación de naciones, una promotora de guerras y conquistas y una gran empresa en la actualidad. La excomunión existe en todas las religiones, no es exclusiva del cristianismo como aparenta, y supone el rechazo de la comunidad religiosa de un fiel por alguna o algunas razones contrarias a las leyes de esa religión o creencia. Ya demostré en otra entrada que todos los humanos iremos al infierno y que éste se expande exponencialmente por lo que no se debe preocupar ningún creyente de ninguna religión sobre su futuro una vez se produzca el deceso.
   Evidentemente, los radicalismos no conducen a ninguna parte y los fanatismos religiosos siempre producen miedo, violencia y muerte por doquier para los no fieles y todas las escrituras sagradas son, como novelas, absolutamente fascinantes (la Biblia tiene pasajes impresionantes, el Corán unos versos o azoras mágicos, el Bhagavad-Guita es una magnífica novela de misterio, por citar los más importantes) pero como realidades tangibles se caen por su propio peso. Aún así, los fieles fanáticos de cualquier religión siempre intentan vivir y moldear a sus semejantes según esos escritos imposibles y anti lacónicos sobre los que se basa su existencia. Vivir para rezar y tratar de convertir al resto de la humanidad a unas creencias propias ha de ser una vida muy triste y frustrante.
   Los autoproclamados jefes religiosos viven una vida plena y no desean que sus fieles y seguidores puedan pensar por sí mismos sobre lo que los rodea o lo que les interesa (claro ejemplo eran los dioses-emperadores del antiguo Egipto), de ahí el bautismo a los recién nacidos en el cristianismo o la opresión, la violencia y la denigración del islamismo u otras religiones monoteístas.
   Es de resaltar la distinción en el trato hacia sus fieles de las religiones monoteístas frente a las politeístas. Las primeras son radicales en concepto y ejecución y las segundas pasan claramente desapercibidas.
Por todo ello, mi propia excomunión no me desagradaría en absoluto pero realmente el proceso para llevarla a cabo me produce una infinita pereza; ¿qué tendría que hacer?, ¿matar a alguien?, ¿quemar una iglesia? Creo que antes que anti religiosos, esos actos y otros similares serían ilegales teniendo en cuenta que las leyes rigen la sociedad, aunque mi concepción de sociedad y lo social no es precisamente benévola con ella misma pero son las consecuencias de esos actos las que serían proporcionalmente mayores que el fin último: conseguir la excomunión.

   Así que, como corolario, vaticino que una gran parte de los cristianos católicos de palabra, que no de obra, siguen siéndolo por desidia y pasotismo y los creyentes de otras religiones monoteístas lo son por miedo a sus propios “hermanos” radicales.

martes, 5 de agosto de 2014

Crítica de la Crítica

   Es la segunda vez que escribo sobre la serie The Sopranos y, más concretamente, sobre su principal protagonista, Tony Soprano. La primera entrada que escribí se llamó `Tony Soprano Come Fruta´. Y lo hago para puntualizar un pequeño artículo publicado en el diario El Mundo añadiendo algunos detalles que aclaran la magnífica visión que nos ofrece el periodista que lo firma, Eduardo Fernández. Dichas aclaraciones las realizaré entre paréntesis en el original, para distinguir así mi granito de arena. Incluso, sin haber visto la serie, se debería leer. El enlace a este artículo se encuentra aquí.

““Ese tío de toscos modales que se sienta en la silla presidencial de la mesa, donde una bandeja de pasta aplaca sus arrebatos de brutalidad, su egoísmo profundamente humano, su soledad sin más certezas que la añoranza de un pasado imaginario (su infancia), en una Italia de resoles, y el temor al futuro, en la oscura Nueva Jersey. Ese es Tony Soprano.
   Con la vista en los ziti (macarrones) horneados en salsa de tomate, Tony se abstrae por unos segundos de sus miserias y vislumbra un lugar propio en el cosmos, el de padre de familia, hasta que alguien lo devuelva a la realidad -siempre hay un problema, sólo él puede resolverlo y no habrá rastro de belleza en la hazaña-. Como Saturno, devorará a las nuevas generaciones (mata a su sobrino, el que sería su sucesor) igual que el plato que ataca despreocupado. Y el que le servirán a continuación. Tony tampoco dudará en rebelarse contra sus mayores, los mismos a los que ha venerado (su tío Junior, su madre, y algunos compinches suyos). ¿Qué hará con el tío Junior, quien le llevaba a ver partidos de los Yankees cuando era solo un crío y ahora quiere frenar por todos los medios el ascenso profesional de su sobrino? (Junior comienza a padecer demencia senil después de haber superado un cáncer. Su demencia lo confunde y, en un arrebato, dispara a Tony, que logra sobrevivir. A partir de aquí, Tony se desentiende de él y Junior acaba en un sanatorio mental). Los ziti se terminan y nada tiene sentido.
   Tony describe al principio de la serie Los Soprano su pesimista sensación de haber llegado al final. Se lo cuenta a su psiquiatra, en un relato falseado para ajustarse a la legalidad (es la doctora la que propone ciertas reglas en su terapia. La más importante es que si Tony le relata algún delito, ella debe comunicárselo a la policía por lo que casi todo lo que Tony le cuenta está enmascarado con subterfugios y es visto con un poco de humor negro porque el espectador ya ha presenciado lo sucedido realmente). El mafioso no quiere que la doctora Melfi sepa de la crudeza de sus andanzas, ni que las visitas a la consulta lleguen a oídos de sus compañeros criminales (muy importante durante toda la serie), para quienes charlar con un loquero es propio de pusilánimes y tarados incapaces de llevar las riendas del negocio.
    La disociación del ámbito privado y el laboral, con sede en la sórdida oficina del club de stritptease Bada Bing! (aunque otras veces, muy pocas, también se usa la parte de atrás de Satriale’s), se evidencia en el amplio chalet familiar, donde la mujer y los dos hijos de Tony desisten de conocer la sospechosa fuente de ingresos que mantiene a los Soprano (no desisten, Carmela lo sabe perfectamente pero entre ella y Tony tratan de que sus hijos no sepan que su nivel de vida proviene de la extorsión, el asesinato y el juego ilegal pero acaban por darse cuenta de quién es su padre en la realidad aunque oficialmente se dedica a la gestión de residuos). Esos dos mundos opuestos, unidos por el primer gran antihéroe de la televisión, quedaron a la vista de los espectadores de HBO el 7 de febrero de 1999, con un capítulo que cambió este medio de masas para siempre.
   La cadena de pago había demostrado una total confianza en el guionista y productor ejecutivo David Chase tras la emisión de los cuatro primeros episodios de Los Soprano. Desde el origen de la serie -un borrador en el que Tony se llamaba Tommy-, los responsables del canal solo habían puesto en duda las posibilidades comerciales del título, que a día de hoy suena innegociable pero entonces se prestaba a confusiones -¿remitía Los Soprano a un grupo de mafiosos o de cantantes?-.
   La segunda guerra de la producción se libró a propósito del episodio College (en España se llamó ‘Universidad’ y es el 1x05, el quinto de la primera temporada), en el que Tony estrangulaba con sus propias manos a un ex mafioso convertido en informante de la policía, y lo hacía en un receso de un bucólico viaje con su hija Meadow para que ésta eligiera campus universitario. Claro, Tony no encarnaba a un padre burgués cualquiera, pero ¿era indispensable que el protagonista, hasta ese momento apoyado incondicionalmente por el público, cometiera un brutal asesinato? (el soplón y él se habían reconocido en una gasolinera y Tony no quería cabos sueltos).
    Aunque Chase creía que esa muerte estaba perfectamente justificada según los códigos mafiosos, acabó por contentar al canal con un par de escenas que subrayaran que el soplón entrañaba peligro para Tony y los suyos (buscó a Tony y su hija en el hotel donde se hospedaban para matarlos e incluso pudo hacerlo de no ser por la casual presencia de testigos). El episodio se emitió un 7 de febrero y ganaría el Emmy al mejor guión de una serie dramática. La televisión perdía su inocencia al asumir que el personaje era, entre otras cosas, un asesino.
   El oxímoron (figura literaria que consiste en utilizar conceptos opuestos en una sola expresión, como por ejemplo, el sonoro silencio…) humaniza una y otra vez a este homicida asediado por los dilemas morales, criminal que se emociona cuando una bandada de patos cría en su piscina, defensor de la familia incapaz de entender las ingratas conspiraciones de su anciana madre (por ello, intentó ahogarla con una almohada en el hospital). El antihéroe, con larga tradición en literatura y cine, irrumpía en televisión. Si se ha de divinizar la figura de Tony por ese hito, que se le compare con uno de los antiguos dioses: vengativo, glotón, mudable, iracundo, salaz. En su panza reside la materia primordial con la que se han moldeado infinidad de series posteriores.
   Tony es un hombre de acción que de ninguna manera se priva de las actividades a las que el público que ve la serie ha decidido renunciar, hábitos salvajes inherentes a la especie pero anulados por la civilización (Tony se droga en algún episodio, es muy promiscuo, denigra a las mujeres, a sus empleados, a su familia…). La audiencia disfruta de 86 episodios de seis temporadas. Tony los vive. Aun así, se queja: "Tengo el mundo cogido por las pelotas y no dejo de sentirme como si fuera un puto pringado" (esto se lo relata a su psiquiatra con gesto de ira y los puños cerrados, una escena brutal).
   Ciertamente la épica de Los Soprano es limitada. Tony Soprano da continuidad en la pantalla a Michael Corleone o a Henry Hill, pero en la Nueva Jersey del cambio de milenio cualquier brillo heroico se apaga frente al de las cadenas horteras que cuelgan del cuello de los mafiosos (los valores como el honor y la lealtad se difuminan). Los problemas propios de ese gremio criminal no exoneran a Tony de otros males comunes e igualmente preocupantes como la depresión, el cáncer, el fracaso escolar y la demencia senil (todo ello le rodea: su depresión, el cáncer de su jefe y el de su tío, el fracaso de su hijo y la demencia senil de su tío).
   Para Tony, el paraíso se sitúa en la Italia remota de la que proviene, una tierra en la que el concepto de familia debía de significar algo distinto. Allá, la vida mantenía su sentido cuando se acababan los ziti.
En ese país, en el año 2013, fallecería de un ataque al corazón James Gandolfini, el inmenso actor de Nueva Jersey que había encarnado a este personaje para la posteridad. La serie, que se emitió de 1999 a 2007, se cierra con un plano en negro, un silencio atronador -otro oxímoron, Tony- que recuerda que el protagonista es mortal -además corre serio peligro-, pero que, sin importar lo que ocurra, perdurará siempre (unos capítulos antes del último, su cuñado le dice que cuando llegue el momento, ni siquiera lo oirá. La ciencia es clara: un disparo muy cercano a la cabeza hace que la persona muera antes de que el sonido de la detonación le llegue al cerebro. El detalle de esa conversación que transcurre plácidamente en una barca con unas cervezas, pasa desapercibido hasta ver el final de la serie, esa mirada al frente de Tony y todo se vuelve negro, entonces el espectador recuerda esa advertencia de su cuñado Bobby mientras se le eriza todo el vello del cuerpo).””