Es la segunda vez que escribo sobre la serie The Sopranos y,
más concretamente, sobre su principal protagonista, Tony Soprano. La primera
entrada que escribí se llamó `Tony Soprano Come Fruta´. Y lo hago para
puntualizar un pequeño artículo publicado en el diario El Mundo añadiendo
algunos detalles que aclaran la magnífica visión que nos ofrece el periodista
que lo firma, Eduardo Fernández. Dichas aclaraciones las realizaré entre
paréntesis en el original, para distinguir así mi granito de arena. Incluso,
sin haber visto la serie, se debería leer. El enlace a este artículo se
encuentra
aquí.
““Ese
tío de toscos modales que se sienta en la silla presidencial de la mesa, donde
una bandeja de pasta aplaca sus arrebatos de brutalidad, su egoísmo
profundamente humano, su soledad sin más certezas que la añoranza de un pasado
imaginario (su infancia), en una Italia de resoles, y el temor al futuro, en la
oscura Nueva Jersey. Ese es Tony Soprano.
Con la vista en los ziti (macarrones)
horneados en salsa de tomate, Tony se abstrae por unos segundos
de sus miserias y vislumbra un lugar propio en el cosmos, el de padre de
familia, hasta que alguien lo devuelva a la realidad -siempre hay un problema,
sólo él puede resolverlo y no habrá rastro de belleza en la hazaña-. Como
Saturno, devorará a las nuevas generaciones (mata a su sobrino, el que sería su
sucesor) igual que el plato que ataca despreocupado. Y el que le servirán a
continuación. Tony tampoco dudará en rebelarse contra sus mayores, los mismos a
los que ha venerado (su tío Junior, su madre, y algunos compinches suyos). ¿Qué
hará con el tío Junior, quien le llevaba a ver partidos de los Yankees cuando
era solo un crío y ahora quiere frenar por todos los medios el ascenso
profesional de su sobrino? (Junior comienza a padecer demencia senil después de
haber superado un cáncer. Su demencia lo confunde y, en un arrebato, dispara a
Tony, que logra sobrevivir. A partir de aquí, Tony se desentiende de él y Junior
acaba en un sanatorio mental). Los ziti se
terminan y nada tiene sentido.
Tony describe al principio
de la serie Los Soprano su
pesimista sensación de haber llegado al final. Se lo cuenta a su psiquiatra, en
un relato falseado para ajustarse a la legalidad (es la doctora la que propone
ciertas reglas en su terapia. La más importante es que si Tony le relata algún
delito, ella debe comunicárselo a la policía por lo que casi todo lo que Tony
le cuenta está enmascarado con subterfugios y es visto con un poco de humor
negro porque el espectador ya ha presenciado lo sucedido realmente). El mafioso
no quiere que la doctora Melfi sepa de la crudeza de sus andanzas, ni que las
visitas a la consulta lleguen a oídos de sus compañeros criminales (muy
importante durante toda la serie), para quienes charlar con un loquero es propio de pusilánimes
y tarados incapaces de llevar las riendas del negocio.
La disociación del ámbito privado y el laboral, con sede en
la sórdida oficina del club de stritptease Bada
Bing! (aunque otras veces, muy pocas, también se usa la parte de atrás de
Satriale’s), se evidencia en el amplio chalet familiar, donde la mujer y los
dos hijos de Tony desisten de conocer la sospechosa fuente de ingresos que
mantiene a los Soprano (no desisten, Carmela lo sabe perfectamente pero entre
ella y Tony tratan de que sus hijos no sepan que su nivel de vida proviene de
la extorsión, el asesinato y el juego ilegal pero acaban por darse cuenta de
quién es su padre en la realidad aunque oficialmente se dedica a la gestión de
residuos). Esos dos mundos opuestos, unidos por el primer gran antihéroe de la
televisión, quedaron a la vista de los espectadores de HBO el 7 de febrero de
1999, con un capítulo que cambió este medio de masas para siempre.
La cadena de pago había
demostrado una total confianza en el guionista y productor ejecutivo David
Chase tras la emisión de los cuatro primeros episodios de Los Soprano. Desde el origen de la serie -un borrador
en el que Tony se llamaba Tommy-, los responsables del canal solo habían puesto
en duda las posibilidades comerciales del título, que a día de hoy suena
innegociable pero entonces se prestaba a confusiones -¿remitía Los Soprano a un grupo de mafiosos o
de cantantes?-.
La segunda guerra de la
producción se libró a propósito del episodio College (en España se llamó ‘Universidad’ y es el
1x05, el quinto de la primera temporada), en el que Tony estrangulaba con sus
propias manos a un ex mafioso convertido en informante de la policía, y lo
hacía en un receso de un bucólico viaje con su hija Meadow para que ésta
eligiera campus universitario. Claro, Tony no encarnaba a un padre burgués
cualquiera, pero ¿era indispensable que el protagonista, hasta ese momento
apoyado incondicionalmente por el público, cometiera un brutal asesinato? (el
soplón y él se habían reconocido en una gasolinera y Tony no quería cabos
sueltos).
Aunque Chase creía que esa muerte estaba perfectamente
justificada según los códigos mafiosos, acabó por contentar al canal con un par
de escenas que subrayaran que el soplón entrañaba peligro para Tony y los suyos
(buscó a Tony y su hija en el hotel donde se hospedaban para matarlos e incluso
pudo hacerlo de no ser por la casual presencia de testigos). El episodio se
emitió un 7 de febrero y ganaría el Emmy al mejor guión de una serie dramática.
La televisión perdía su inocencia al asumir que el personaje era, entre otras
cosas, un asesino.
El oxímoron (figura
literaria que consiste en utilizar conceptos opuestos en una sola expresión,
como por ejemplo, el sonoro silencio…) humaniza una y otra vez a este homicida
asediado por los dilemas morales, criminal que se emociona cuando una bandada
de patos cría en su piscina, defensor de la familia incapaz de entender las
ingratas conspiraciones de su anciana madre (por ello, intentó ahogarla con una
almohada en el hospital). El antihéroe, con larga tradición en literatura y
cine, irrumpía en televisión. Si se ha de divinizar la figura de Tony por ese
hito, que se le compare con uno de los antiguos dioses: vengativo, glotón,
mudable, iracundo, salaz. En su panza reside la materia primordial con la que
se han moldeado infinidad de series posteriores.
Tony es un hombre de acción
que de ninguna manera se priva de las actividades a las que el público que ve
la serie ha decidido renunciar, hábitos salvajes inherentes a la especie pero
anulados por la civilización (Tony se droga en algún episodio, es muy
promiscuo, denigra a las mujeres, a sus empleados, a su familia…). La audiencia
disfruta de 86 episodios de seis temporadas. Tony los vive. Aun así, se queja:
"Tengo el mundo cogido por las pelotas y no dejo de sentirme como si fuera
un puto pringado" (esto se lo relata a su psiquiatra con gesto de ira y
los puños cerrados, una escena brutal).
Ciertamente la épica de Los
Soprano es limitada. Tony Soprano da continuidad en la
pantalla a Michael Corleone o a Henry Hill, pero en la Nueva Jersey del cambio
de milenio cualquier brillo heroico se apaga frente al de las cadenas horteras
que cuelgan del cuello de los mafiosos (los valores como el honor y la lealtad
se difuminan). Los problemas propios de ese gremio criminal no exoneran a Tony
de otros males comunes e igualmente preocupantes como la depresión, el cáncer,
el fracaso escolar y la demencia senil (todo ello le rodea: su depresión, el
cáncer de su jefe y el de su tío, el fracaso de su hijo y la demencia senil de
su tío).
Para Tony, el paraíso se
sitúa en la Italia remota de la que proviene, una tierra en la que el concepto
de familia debía de significar algo distinto. Allá, la vida mantenía su sentido
cuando se acababan los ziti.
En ese país, en el año
2013, fallecería de un ataque al corazón James Gandolfini, el inmenso actor de
Nueva Jersey que había encarnado a este personaje para la posteridad. La serie,
que se emitió de 1999 a 2007, se cierra con un plano en negro, un silencio
atronador -otro oxímoron, Tony- que recuerda que el protagonista es mortal
-además corre serio peligro-, pero que, sin importar lo que ocurra, perdurará
siempre (unos capítulos antes del último, su cuñado le dice que cuando llegue
el momento, ni siquiera lo oirá. La ciencia es clara: un disparo muy cercano a
la cabeza hace que la persona muera antes de que el sonido de la detonación le
llegue al cerebro. El detalle de esa conversación que transcurre plácidamente
en una barca con unas cervezas, pasa desapercibido hasta ver el final de la
serie, esa mirada al frente de Tony y todo se vuelve negro, entonces el
espectador recuerda esa advertencia de su cuñado Bobby mientras se le eriza
todo el vello del cuerpo).””