lunes, 11 de agosto de 2014

Descenso a mi Infierno

   Para los fervorosos creyentes de palabra, que no de obra, la excomunión no supone ningún efecto negativo en sus insignificantes vidas, ni tampoco todo lo contrario aunque se podría ver como una clase de liberación moral sobre sus actitudes hacia la iglesia o el casamiento. Teniendo en cuenta que en la sociedad española y la mayoritaria europea, el bautizo al poco de nacer supone obligar a una persona sin uso de razón a formar parte de una determinada religión solo por el hecho de que sus progenitores así lo quieren, pensar en la excomunión voluntaria cuando ya se puede tener una diversidad de opiniones sobre las distintas religiones o el ateísmo, por qué no, no es una idea tan descabellada ni paranoica como a priori se presenta.
   La historia nos cuenta que la iglesia cristiana fue, en orden cronológico, un fanatismo, un monopolio, una nación de naciones, una promotora de guerras y conquistas y una gran empresa en la actualidad. La excomunión existe en todas las religiones, no es exclusiva del cristianismo como aparenta, y supone el rechazo de la comunidad religiosa de un fiel por alguna o algunas razones contrarias a las leyes de esa religión o creencia. Ya demostré en otra entrada que todos los humanos iremos al infierno y que éste se expande exponencialmente por lo que no se debe preocupar ningún creyente de ninguna religión sobre su futuro una vez se produzca el deceso.
   Evidentemente, los radicalismos no conducen a ninguna parte y los fanatismos religiosos siempre producen miedo, violencia y muerte por doquier para los no fieles y todas las escrituras sagradas son, como novelas, absolutamente fascinantes (la Biblia tiene pasajes impresionantes, el Corán unos versos o azoras mágicos, el Bhagavad-Guita es una magnífica novela de misterio, por citar los más importantes) pero como realidades tangibles se caen por su propio peso. Aún así, los fieles fanáticos de cualquier religión siempre intentan vivir y moldear a sus semejantes según esos escritos imposibles y anti lacónicos sobre los que se basa su existencia. Vivir para rezar y tratar de convertir al resto de la humanidad a unas creencias propias ha de ser una vida muy triste y frustrante.
   Los autoproclamados jefes religiosos viven una vida plena y no desean que sus fieles y seguidores puedan pensar por sí mismos sobre lo que los rodea o lo que les interesa (claro ejemplo eran los dioses-emperadores del antiguo Egipto), de ahí el bautismo a los recién nacidos en el cristianismo o la opresión, la violencia y la denigración del islamismo u otras religiones monoteístas.
   Es de resaltar la distinción en el trato hacia sus fieles de las religiones monoteístas frente a las politeístas. Las primeras son radicales en concepto y ejecución y las segundas pasan claramente desapercibidas.
Por todo ello, mi propia excomunión no me desagradaría en absoluto pero realmente el proceso para llevarla a cabo me produce una infinita pereza; ¿qué tendría que hacer?, ¿matar a alguien?, ¿quemar una iglesia? Creo que antes que anti religiosos, esos actos y otros similares serían ilegales teniendo en cuenta que las leyes rigen la sociedad, aunque mi concepción de sociedad y lo social no es precisamente benévola con ella misma pero son las consecuencias de esos actos las que serían proporcionalmente mayores que el fin último: conseguir la excomunión.

   Así que, como corolario, vaticino que una gran parte de los cristianos católicos de palabra, que no de obra, siguen siéndolo por desidia y pasotismo y los creyentes de otras religiones monoteístas lo son por miedo a sus propios “hermanos” radicales.