Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas...
Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...
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trote falso!
¡Claras tardes del otoño moguereño!. Cuando el aire puro de octubre afila los límpidos sonidos, sube del valle un alborozo idílico de balidos, de rebuznos, de risas de niños, de ladreos y de campanillas...
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¡Platero, amigo! - le dije yo a la tierra -; si, como pienso, estás ahora en un prado del cielo y llevas sobre tu lomo peludo a los ángeles adolescentes, ¿ me habrás, quizá, olvidado? Platero, dime, ¿te acuerdas aún
de mí?
Y, cual contestando a mi pregunta, una leve mariposa blanca, que antes no había visto, revolaba insistentemente, igual que un alma, de lirio en lirio... ""
Quien no sienta algo removiéndose dentro de su alma al leer estos párrafos sueltos de este cuento que es obra de arte, es que no tiene corazón.