Tragedia en ciernes no intuida, acabó derramando el
carmesí casi negro. Punzante dolor que nubla la imagen y afloja los miembros
pero no presagia un adormecimiento intranquilo ni la vigilia de un despertar
pasado. Ojos pesarosos y sentidos apagados cuando acecha un frío incipiente al
que no temo.
Pienso en frases inconexas, en lugares que no visité, en
amores nunca correspondidos, en actos de fe y pienso en el carmesí casi negro,
cálido en mi piel, húmedo en mis ropas, brillante y opaco a la luz clara de una
noche cualquiera.
La vida que fluye convertida en fluido, la vida que llenaba
mi cuerpo y que ahora lentamente lo abandona, sigue su sendero como lava
ardiente e imparable vomitada a través de las laderas de las heridas de la
tierra, heridas incurables.
Lo afronto, pues ahora conozco mi destino, destino fiel del
hombre. Imágenes de mis recuerdos que afloran con rapidez, incontrolables,
apabullantes, me tranquilizan llegada esta hora. Con los ojos cerrados veo el
pasado, lo que fue y ya no será, aquello que me hizo feliz y dichoso, veo
caras, solo caras que me miran sonriendo, caras que el tiempo se llevó.
Carmesí casi negro, ya más negro que carmesí, que me
acompaña y que enfría todo mi ser, esperando que suceda esa desconocida
transición que lleva a un nuevo amanecer.
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